Aprovechando la pereza que se puede desplegar el 25 de diciembre, me puse a ver una película en Netflix llamada “No mires arriba” (“Don´t Look Up”), con un elenco de primera que incluye actores de la talla de Meryl Streep, Leonardo di Caprio y Jennifer Lawrence.
Para hacer la historia breve, la película trata sobre el descubrimiento de un asteroide de gran tamaño que va en camino a impactar a la tierra y la imposibilidad del gobierno de los Estados Unidos de actuar con coherencia por cuenta de la imbecilidad de su gobierno y los intereses individuales.
No soy crítico de cine, así que no tomen ese relato ni la descripción que hago de la película con seriedad. Pero creo que se puede definir como una sátira que retrata la imposibilidad de llegar a acuerdos, por cuenta de la extrema polarización en la que vivimos, aún sobre desafíos que resultan evidentes para todos.
Si bien en la película el desafío frente al cual no es posible ponerlos a todos de acuerdo es un meteorito que va a acabar con la tierra, la trama sería igual si uno lo reemplazara por el cambio climático, la respuesta frente al covid-19, la superación de la pobreza o cualquier otro reto a escala global. También podría aplicarse a un contexto local. Piensen en la lucha contra las drogas, la seguridad en las ciudades o las negociaciones de paz. Porque, aunque esto es una sátira, lo que está detrás de esta historia, es la dificultad de la acción colectiva y lo complejo que se ha vuelto lograr acuerdos.
A nivel individual, todos queremos el mayor bienestar para nosotros, y excluyendo a los sociópatas, a toda la humanidad. El problema es la manera en la que todas las concepciones de ese bienestar se empatan cuando se convierten en acciones colectivas. He tenido la oportunidad de trabajar con congresistas, políticos y empresarios, y no me ha tocado el primero que quiera, por lo menos abiertamente, que le vaya mal al país. Por eso es tan difícil entender cómo el resultado de la interacción de ellos y del resto de los que hacemos parte de esta sociedad muestra avances tan lentos, que muchas veces resultan insuficientes para las demandas que existen desde todos los sectores.
Esto no es algo a lo que solamente Colombia se haya tenido que enfrentar. De hecho ese ha sido uno de los retos que todos los países han tenido que enfrentar a lo largo de la historia, pero que se ha hecho más difícil en la actualidad. Por una parte, estamos llenos de derechos, pero nos hemos olvidado de las responsabilidades. Construir algo entre todos cuando solo estamos dispuestos a pedir es muy complicado. Por otra, la multiplicación de canales de comunicación gracias a las redes sociales y el internet han disminuido las barreras de ingreso para llegarle a miles de millones de personas. Si antes se requería tener acceso a plataformas establecidas de comunicación como periódicos, noticieros o emisoras, lo que de alguna manera generaba alguna responsabilidad en el contenido, hoy cualquiera puede acceder. Y aquí se pierde esa responsabilidad, por lo que la veracidad del contenido es secundaria. Lo importante es llamar la atención de la audiencia.
Si, esto no es un problema solo de Colombia. Pero aquí estamos teniendo grandes problemas y pocas soluciones, y la cosa es que mientras aquí seguimos tratando de imponer las visiones individuales, otros países logran diálogos más inteligentes, más incluyentes, que les permiten avanzar como sociedades. Esto, aunque no es tan evidente como un meteorito, también puede terminar acabándonos.