Fuego
miércoles, 13 de noviembre de 2024
Yamid Amat Serna
Como esperando que la urgencia lo arrastre, con su uniforme a medio ajustar, con las manos en sus rodillas y su mirada fija al frente, ajena, con la tensión de la inmediatez sobre su espalda y su casco en la mesa, las botas puestas, a su alrededor, quietud en la estación, pero dentro de él, la rigidez hecha presión, el pulso contenido aguardando la orden, pronto se oirá la alarma y todo será frenetismo, el fuego lo atenderá. Todos somos él.
La vida a menudo se siente como si estuviéramos atrapados en un constante ciclo de apagar incendios, cada vez que logramos solucionar un problema, surge otro, como fuego inesperado que amenaza con consumirnos, así vivimos, apresurados, reaccionando ante múltiples circunstancias, buscando soluciones rápidas a todo lo que nos aqueja, como bomberos que solo combaten llamas pues, rara vez, nos detenemos a pensar en la causa que avivó del fuego, y de cierta manera es entendible, extinguir fuegos cuando todo arde representa un sentido heroico que repercute en una inmediata calificación, por demás alta, en cuanto se refiere a la exaltación de atributos y, de hecho connota algunos como el arrojo, la valentía, el honor y la fuerza, entre otros, pero se hace de la misma manera altamente riesgoso, no podemos vanagloriar el camino de nuestras decisiones y aciertos únicamente por la capacidad que tengamos de “apagar incendios”, pues, en esa justa, se suele vivir rodeado de humo y a contratiempo, olvidando que la vida no solo consiste en la acción correcta, esta ruta ignora y desprecia el bello cofre de las otras cualidades, por ejemplo: la visión correcta, la concentración correcta, la escucha correcta, la contemplación correcta y la intuición correcta; la cuales, nos permiten abrazar la atención plena sin el trastorno de la urgencia, tal vez para apreciar con calma lo que subyace de nuestras reacciones, o para prevenir conflictos innecesarios, para detenernos y mirar más allá de la superficie ahumada, para tener el espacio y no apresurarnos, para explorar detrás de nuestras motivaciones, así mismo, para recurrir a esa forma oculta de sabiduría que nos brinda la posibilidad de conocer y comprender sin racionamiento explícito, y para identificar las señales internas antes de que consuman las maderas.
Me pregunto, ¿cuántos de nosotros transitamos como bomberos por nuestras vidas, en nuestro oficio, lugar de trabajo o compañía? Vivimos entre llamas, con la idea de sofocar el fuego, con el alma cansada de correr, con ceniza en la mirada del mañana, sintiendo que la paz es solo un eco lejano, como sombras esquivando el calor de la vida, sin entender que el fuego verdadero no necesita ser incendio. ¿Cuánto más productivos seríamos si no lleváramos los sentidos alterados por la prisa y la premura?
El sentido de emergencia desborda la claridad, nos cercena la anticipación, el murmullo de una vida reactiva es un estruendo que cultiva sufrimiento y agonía, mutila la sabiduría y mata la mente tranquila, o en su defecto, la convierte en un bien escaso y esquivo.