El último enemigo del igualitarismo: una revisión crítica del libro de Piketty
“El rico… compartirá con el pobre el fruto de todas sus mejoras. Es guiado por una mano invisible, para realizar la misma distribución de los recursos necesarios para la vida que hubiera sido realizada habiendo dividido la tierra en porciones iguales entre todos sus habitantes. Así, sin proponérselo, sin saberlo, hace avanzar el interés de la sociedad y provee los medios para la multiplicación de las especies”. Adam Smith, La teoría Moral de los Sentimiento, Parte IV, capítulo 1º.
“Porque él tiene, a él le será entregado: y el que no tiene, de él será tomado lo que posee.” Mark, King James, Bible, 1611, 4:25.
1. Introducción
El optimismo (1) de Adam Smith y su vulgar reencarnación neoliberal, “el efecto goteo”, está por suerte de capa caída, perdiendo poco a poco terreno a favor de una argumentación más “bíblica” (ver arriba Mark 4:25) (2). La Crisis de 2008, los rescates que le siguieron y el estancamiento inveterado el cual mantiene los salarios a niveles históricamente bajos (al mismo tiempo que se aplica la famosa flexibilidad cuantitativa (QE), el crecimiento impulsado por burbujas y la inflación de activos), ha atraído la atención a la conmovedora creencia de que la “mano invisible”, dejada a su antojo, distribuye los frutos del esfuerzo humano de manera equitativa por toda la humanidad.
El triunfo comercial y discursivo de libro El Capital en el Siglo XXI de Thomas Piketty, simboliza este cambio en el sentir de los estadounidenses y europeos. El capitalismo es, de repente, retratado como el repartidor de intolerable desigualdad, que desestabiliza las democracias liberales y que, en última instancia, genera el caos. Los economistas disidentes que pasaron largos años argumentando, aislados, en contra de la fantasía de la distribución por goteo, están naturalmente tentados a dar la bienvenida al fenómeno editorial de Thomas Piketty.
La repentina resurrección de la irrefutable verdad de que el mejor pronóstico de nuestro éxito socioeconómico es el éxito de nuestro padres, en contra de las sandeces de los modelos del ‘capital humano’, es indudablemente reconfortante. De igual modo que con la decepcionante teoría económica convencional, la tolerancia a la creciente desigualdad es evidente por todo el libro del profesor Piketty. Y sin embargo, a pesar del efecto calmante de la narrativa sobre la desigualdad del profesor Piketty, este artículo argumentará que El Capital en el Siglo XXI constituye un flaco favor a la causa del igualitarismo pragmático.
En lo fundamental de este controvertido, y aparentemente, duro veredicto, está el juicio de que el citado libro:
• Sus tesis teóricas fundamentales requieren fuertes axiomas indefendibles para dar juego y estables las tres “leyes” económicas de las cuales la primera es una tautología, la segunda está basada en una heroica asunción, y la tercera es una trivialidad.
• El método económico emplea los trucos lógicamente incoherentes que han permitidos a la teoría económica convencional disfrazar su gran fracaso teórico como relevante modelización científica.
• La gran cantidad de datos confunde más que ayuda al lector, siendo el resultado directo de la pobre teoría que fundamenta su interpretación.
• Las recomendaciones políticas calman nuestras ansias, pero al final, empoderan a aquellos que están ansiosos de imponer políticas que aumentarán la desigualdad.
• Su filosofía política invita a una futura réplica desde el campo neoliberal que será devastadora para aquellos que se dejen seducir por los argumentos de este libro, su filosofía y su método.
2. La confusión entre riqueza y capital
Enseñar economía a estudiantes universitarios requiere, como primer paso, “desprogramarlos”. Para entender adecuadamente el concepto de renta económica, debemos primero borrar de la mente de los estudiantes el significado cotidiano de renta. Del mismo modo, con el coste económico (por contraposición al contable), con los beneficios, etc. Pero quizás, el concepto más difícil de transmitir a los estudiantes sea el del capital.
Para entender qué significa capital en el contexto de la economía clásica o neoclásica, los estudiantes deben dejar fuera de las aulas su preconcepción de que el capital significa “dinero” o activos expresado en términos monetarios. En su lugar, deben abrazar la idea de capital como bienes escasos que han sido producidos con el objetivo de ser incorporados en la cadena de producción de otros bienes; “producir bienes de producción” como nos continuamos repitiendo, con la esperanza de que la repetición ayude a liberar el pensamiento de nuestros estudiante de su impulso hacia confundir (a) el capital de las empresas o naciones y (b) el valor total de sus activos en el mercado (3).
El profesor Piketty no ha tenido esa necesidad de desprogramar a sus lectores. Él mismo está
definiendo capital como la suma del valor neto de todos los activos (excluyendo las habilidades humanas y la fuerza de trabajo) que pueden ser vendidos y comprados cortesía de unos bien definidos derechos de propiedad sobre ellos y medidos en términos de su propio valor de mercado (menos, cualquier deuda). Desde este prisma, el capital acumulado (de una persona, empresa o nación) es la suma de los precios de mercado de, no solo las cadenas de ensamblaje robótica y tractores, sino también de los activos como las acciones, colecciones de sellos, pinturas de Van Gogh, el valor que tiene en sus casa, etc (i.e. su precio menos cualquier deuda sobre el activo) (4).
Desprogramar a nuestros estudiantes de tal modo que puedan entender la diferencia entre capital y trabajo, igual que el profesor Piketty evita vis-à-vis con sus lectores, es un trabajo duro y desalentador que preferimos evitar. Pero aún así, lo hacemos por una buena causa: porque sin tal desprogramación, es imposible introducir a la audiencia a nada semejante como una teoría coherente de la producción y los precios.
Coleccionar sellos es un romántico y, en muchos casos lucrativo, propósito. Puede ser también bastante rentable. De igual modo que las colecciones de arte. O un garaje lleno de Ferraris. Sin embargo, ninguno de estos tres bienes puede ser incorporado como un insumo a ningún proceso productivo.
Incluso si un libro fotográfico se publicará representando tales colecciones, necesitaremos maquinaria, papel, tinta, etc, para producirlo. Los bienes de capital (en el sentido de “medios de producción producidos”) deben ser ensamblados con fuerza de trabajo humano para producir el álbum. De otro modo, por muy espléndida colección que pueda ser, no producirá nada más allá de sí mismo.
En resumen, producción y crecimiento dependen del capital material o físico. Y mientras el capital es una forma de riqueza, una gran cantidad de riqueza no es una forma de capital; i.e. no es un insumo en la generación de ningún proceso de producción de mercancías hasta ahora inexistentes. Por lo que, el crecimiento de una economía no puede confiarse a la riqueza. Necesita una particular forma de riqueza: bienes de capital. Así que, si confundimos riqueza con capital, nuestra teoría de producción sufrirá hasta el punto que habremos, voluntariamente, especificado erróneamente un insumo clave, mal interpretando cualquier incremento de riqueza como un incremento en la contribución del capital al proceso de producción.
En 2010, muchos de los ricos griegos escaparon de la crisis que justo acabada de envolver a su país llevándose sus ahorros a Londres y comprando estupendas casas en Belgravia y Holland Park, inflando los precios de las casas en Londres en el proceso. Inconscientemente, inflaron la medición del profesor Piketty sobre el capital acumulado en el Reino Unido. Pero si un econometrista usara esa medición en alguna función de producción agregada de la economía británica, esperando un aumento del PIB, probablemente se hallaría bastante decepcionado y sería incapaz de estimar los parámetros de su modelo adecuadamente. Mientras que el profesor Piketty puede argüir que su definición de capital es lógicamente consistente, es sin embargo, incapaz de ayudarnos a entender el vínculo entre capital y PIB, o entre el incremento del stock de capital, su precio y el crecimiento; un vínculo que es, como veremos más adelante (ver sección 3), crucial para la propia argumentación del profesor Piketty.
Una vez que se incorpora al análisis una definición defectuosa de capital agregado, los problemas se extienden a la definición de rentabilidad del capital. Cuando un bien de capital tiene una forma física, más o menos sabemos su utilidad material, ya que se trata de una cualidad técnica para trabajar, e.g. cuanta electricidad genera a la hora un generador eléctrico dada una cantidad de combustible. Pero, ¿cuál es la rentabilidad de una colección de arte que el coleccionista no está subastando? O, ¿la de la casa del propietario en la que su familia insiste en vivir? De hecho, ¿cuál es la razón de ser, para tratar (tal y como el profesor Piketty debe hacer, para mantenerse consistente con su confusión entre riqueza y capital) el ingreso de un coleccionista por la venta de sus sellos, como rentabilidad del capital (y no como un ingreso del trabajo) mientras que los super-bonos de los operadores financieros son contabilizados, no como rentabilidad del capital, sino como ingresos salariales?
Por supuesto, el profesor Piketty sabe perfectamente todo esto. Así que, ¿por qué ha decidido mezclar capital con riqueza? Una posible respuesta es que su principal preocupación era presentar un estudio empírico que trazara la evolución de la distribución de la riqueza y el ingreso de las civilizaciones occidentales, y así presentar que la desigualdad se extiende como un incendio forestal desde 1970, volviendo a los niveles y tendencias del siglo XIX. Para hacer esto no tuvo la necesidad de referirse al capital agregado para nada (que es, además, imposible de cuantificar). No obstante, el profesor Piketty es un hombre ambicioso y quiso más: quiso demostrar, como si fuera un teorema matemático, la proposición de que esta histórica tendencia del incremento de la desigualdad es la tendencia natural del capitalismo.
Para alcanzar tal propósito, necesitó hablar sobre el capital como un insumo en el proceso de producción; como el motor del crecimiento que determina el futuro de una sociedad (y, por tanto, también las leyes de la evolución de la distribución de la riqueza). Desgraciadamente, esto requiere una demostración de que su medición de la riqueza es idéntica a una medición del capital, una demostración que es imposible, y que por eso, nunca aparece en el extenso libro.
En definitiva, la medición del capital de profesor Piketty es una métrica de la riqueza. Un medición importantísima de hecho, en una sociedad en la que la riqueza relativa determina el poder entre aquellos que tienen montones de ella y aquellos que no. Adam Smith, debe recordar uno, hizo su nombre con un magnífico libro que intentó explicar “la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”. Y, ¿por qué el profesor Piketty no intentó emular al gran Adam Smith, santo patrón de la economía convencional, dado que, en esencia, escribió un largo volumen sobre... la riqueza de las naciones? ¿Por qué, en su lugar, escogió el titulo de otro clásico, Das Kapital, que no se asemeja en lo más mínimo al contenido de su libro o el método de su análisis?
Una explicación es, que Smith no ofrece ningún vinculo teórico entre riqueza y la generación de riqueza que puede atraer mucha más atención en los debates del Siglo XXI (5). Una segunda explicación es que Smith, como revela la nota al principio de este artículo, tuvo precisamente la perspectiva contraria a la del profesor Piketty sobre las perspectivas de la desigualdad, a diferencia de la épica narrativa de Marx sobre la extraordinaria capacidad del capitalismo de crear, al mismo tiempo, impensable riqueza y miseria sin precedentes, que evocan mucho mejor el mensaje del profesor Piketty; a saber, que el capitalismo, descontrolado, tiene una tendencia “natural” a crear una gran devastadora desigualdad. Es por lo tanto, enteramente posible que El Capital en el Siglo XXI tuviera la ambición de advertir a una complaciente sociedad (incluyendo sus superiores burgueses), como apocalípticamente hizo Das Kapital en el siglo XIX, sobre la tendencia autodestructora del capitalismo, mientras, una vez más, desecha el método analítico de Marx y por supuesto, su programa político.
3. Las tres “leyes” económicas del profesor Piketty
Para evitar la confusión del profesor Piketty de riqueza (W) con capital (K), y de la rentabilidad de la inversión en bienes de capital (r) con la tasa a la que la riqueza valorada en dólares engendra más riqueza valorada en dólares, la presente sección se narrada en términos con diferente notación pero consistente con los supuesto del Profesor Piketty (a diferencia de su propia notación que está pensada para confundir W y K). Por lo que, cuando él menciona capital (K), confundiéndolo con riqueza valorada a precio de mercado, me referiré explícitamente a la letra (W) como riqueza; y donde él habla de rentabilidad del capital, que el escribe como r, usaré la letra griega (ω) que definiré como la proporción de ingresos que corresponden a la riqueza (R) sobre el total de riqueza valorada en dinero (W).