“Competitividad no es palabra que un economista serio usa”: McCloskey
jueves, 31 de enero de 2019
La economista hace un análisis de los modelos económicos populistas y habla de la obsesión de los gobiernos por buscar igualdad y equidad.
Fernando Quijano Velasco
No es la primera vez que la economista estadounidense Deirdre McCloskey está en Colombia. Ya había venido por allá a comienzos de los años 80 para realizar un estudio técnico sobre el sector de transporte; por eso las ideas sobre política económica no son palabras al aire que se ajustan a cualquier país. Hoy estará en el Hay Festival de Cartagena para hablar de lo que más le gusta: el fracaso de los modelos económicos populistas; la captura de las tesis igualitarias que consumen a los economistas y la moda reinante en las ciencias sociales de buscar la equidad, sin pensar primero en el crecimiento económico.
Es la economista más influyente de un modelo que podría llamarse “conservador o de derecha”. Su extensa obra académica basada en la revalorización de la burguesía ha revolucionado el debate académico. Uno de sus aportes más citados es traer a valor presente las virtudes de la burguesía: libertad (competencia); dignidad (honradez) y prudencia (riesgos). Hace un par de años escribió un ensayo en el que desmitificó el best seller “El Capital del Siglo XXI” de Thomas Piketty y que relanzó sus posturas en torno a la obsesión de los gobiernos por buscar igualdad y equidad, en un sin sentido en detrimento del crecimiento económico. Hablamos en La República sobre esos temas.
¿Los mercados o las compañías pueden crear virtudes burguesas?
Las virtudes burguesas se refieren a la ética de la humanidad en una sociedad comercial, como lo son el coraje, la prudencia, el amor, entre otras. Cuando las sociedades adoptaron un liberalismo real, empezaron a admirar la burguesía, en lugar de odiarla o regularla. Eso fue lo que causó la explosión de la innovación después de 1800, pues la sociedad dio un permiso a los innovadores para que innovaran. ¡Eso no significa que la burguesía mejoró! Siempre tuvo muchas virtudes, pero desde ese momento pudo ejercerlas en una sociedad libre, al beneficio de las personas más pobres.
¿El llamado “cambio retórico” puede ser entendido como una crítica a los métodos como es estudiada la economía?
Sí. Los economistas no creen que las ideas puedan generar un crecimiento económico. Piensan que la inversión es la que lo genera. Eso no es así. ¡Un ferrocarril o una fábrica que no tenga detrás una buena idea solo es metal o ladrillos apilados sin ningún propósito! La economía necesita estudiar los cambios ideológicos, retóricos y éticos que hacen que una sociedad sea rica y buena. Por ejemplo, contraste a Colombia con Venezuela.
Usted insiste en que las ideas son el motor del desarrollo, pero debe existir un “microclima” económico para que estas puedan desarrollarse. ¿Cómo recomendaría desarrollar ambientes favorable en países como Colombia, para que las ideas se puedan convertir en negocios?
No son las empresas del Gobierno las que crean ese clima, porque el Gobierno es muy malo en ese tipo de tareas, pues termina favoreciendo a una u otra persona rica. La frase más increíble es: “¡Soy del Gobierno y estoy aquí para ayudarlo!”. Lo necesario es que columnistas, productores de películas y otros líderes convenzan al Gobierno de no “ayudar”, y de que apoye a los innovadores, quienes vienen del mundo voluntario y no del mundo obligatorio.
Usted nos trae a valor presente las virtudes burguesas, que fueron atacadas por siglos por la ideología de izquierda, así como fueron un blanco para los populismos en América Latina. ¿Cómo hacer una sensibilización que de forma prudente (anticipando riesgos futuros), digna (honrando compromisos) y libre (compitiendo) hay un tratado social más que uno económico?
También hubo ataques de la derecha a esas virtudes burguesas. Los conservadores, al igual que los socialistas y populistas, odian el cambio económico, que es la única esperanza para los más necesitados del mundo. El respeto mutuo debe ser el contrato social, y no el ajuste de ingresos a través de políticas corruptas. Eso funcionaría mejor para los pobres. Mucho, mucho mejor.
¿Cómo se puede entender que los gobiernos locales o regionales son claves para comprender que no existen las comidas gratis y que los subsidios no son siempre un camino para el desarrollo?
El gran liberal francés Bastiat dijo que el Gobierno representa la convicción de que todos pueden vivir gravando o subsidiando a alguien más. El peor caso en América Latina es Argentina, que desde el Gobierno de Perón ha creído en esa ideología. Hay que dejar que la prueba del mercado actúe y así se conseguirán los mejores proyectos. La prueba que hacen los políticos es extremadamente mala para elegir a los ganadores.
En su ensayo sobre el libro de Piketty, ‘El Capital en el Siglo XXI’, resalta que lo importante de la pobreza no es la igualdad. ¿Cómo explicaría la debacle venezolana y el éxito chileno bajo esta perspectiva?
Venezuela muestra que el igualitarismo en la distribución no es sabio. Se puede ayudar a gente pobre robándole a los ricos, digamos que la pobreza bajaría 50%, como en Venezuela. Pero el crecimiento económico es abrumadoramente más poderoso que esa ayuda a los pobres, podríamos hablar de 1.000% o 2.000%. ¿Cuál de estos escenarios queremos?
¿Cómo evaluaría el desarrollo colombiano?
Hace mucho tiempo, cuando me gradué de Harvard, trabajé en un proyecto de transporte de Colombia, justo al inicio del periodo de la violencia. Si los socialistas violentos hubiesen sido detenidos en 1960, Colombia sería tan rica como Venezuela antes de Chávez. Ahora se proyecta que Colombia será un país rico. El principal problema es la brecha impactante entre las zonas ricas y las más pobres. Pero en una generación, como ha sido demostrado una y otra vez (en Irlanda, Taiwán, China), se puede alcanzar un estándar europeo de vida para toda la población. Dejemos a los innovadores innovar. Dejemos de preocuparnos por la igualdad.
¿Por qué la economía colombiana no ha podido evolucionar de vender petróleo, café, flores y banano?
De nuevo, no hay que preocuparse por eso. Estados Unidos vende granos de soya. ¿Y qué? Hay que trabajar en lo que uno es bueno. Por Dios, por favor no hay que regresar a la “sustitución de importaciones” y a la “industrialización forzada”. De esa manera se encuentra la corrupción, la ineficiencia y la pobreza perpetua.
Colombia siempre ha sido uno de los países que aparece de primero en los ranking de felicidad, pero en los últimos lugares en competitividad y desarrollo. ¿Cómo se podría explicar esta dicotomía?
El hombre vive de pan o, incluso, de un excelente café. Pienso que las medidas de felicidad son idiotas, y dicen más de las convenciones sociales sobre quejarse en un país específico más que cualquier otra cosa. Además, la competitividad no es una palabra que un economista serio usa. Es una expresión de escuela de negocios, y es insignificante. Cualquier país tiene una ventaja comparativa, sin importar cuál sea su ingreso, y los patrones de comercio son determinados por ella, y no por lo que los economistas llaman ventaja absoluta (es decir, cuán productivo es). Si la ventaja absoluta, la competitividad, genera comercio, y no todos son tan productivos como EE.UU. o Japón, ¿no se debe hacer nada? Por ejemplo, si James Rodríguez es el mejor jugador en la cancha, ¿el resto del equipo debe sentarse en la banca y no hacer nada? No es así.
¿Cuál sería su consejo para nuestros economistas y nuestro presidente, Iván Duque?
Deben tratar de salir de esa costumbre de suponer que un economista en el Gobierno sabe más acerca de, por ejemplo, producir café, que los cultivadores de café. Se necesita un poco de modestia. Los economistas del siglo pasado e incluso los actuales creen que su trabajo es hacer funcionar la economía. Ese no es su trabajo. La innovación proviene de la población, no del Gobierno. ¡Hay que dejar a la gente sola! El papel de los economistas debe ser argumentar en contra de los intentos gubernamentales de diseñar a las personas.
Los libros de McCloskey
La importancia estadística
Esta obra, publicada en 2008, detalla la importancia de las matemáticas y la estadística para dotar a los efectos económicos más importantes del mundo de significación y un contexto claro y puntual. Este estudio alienta a los científicos a cómo volver a encaminar las ciencias estadísticas en la economía.
Los pecados de la economía
Para este texto, publicado en 2002, McCloskey detalla que hay dos pecados implícitos en los hábitos de la economía: el uso de teoremas de existencia y el uso de significación estadística. Además, revela que son pecados que no tienen sentido, pero que son necesarios para entender el mundo moderno.
Las virtudes burguesas
La primera entrega de la era de la burguesía, publicada en 2006, refleja el valor del capitalismo y la economía de mercado como producto de la “ética de las virtudes”, que nos permite adaptarnos a un mundo burgués. Aclara que los más pobres pronto se unirán a las riquezas como la de Japón o Suecia.
Dignidad burguesa
La segunda entrega de la era de la burguesía, publicada en 2010, se enfocó en demostrar que la renovada dignidad y las libertades otorgadas a la clase media impulsaron la renovación económica y el enriquecimiento. En el texto, cuenta cómo los países se han adaptado a la economía moderna.
La igualdad burguesa
La tercera entrega de la trilogía de la era de la burguesía de McCloskey, publicada en 2016, detalla que la manera de generar riquezas no provino exclusivamente del capital inicial del que crece una fortuna, sino que las ideas ligadas al liberalismo formaron parte esencial de un proceso de impulso comercial.