La hora de los cerros
miércoles, 25 de noviembre de 2015
A mediados del siglo XIX, cuando ya evidenciaban un fuerte deterioro como consecuencia de la expansión de la ciudad y el desarrollo de obras como el tren o el telégrafo, se iniciaron los primeros esfuerzos de reforestación con especies como pinos, cipreses y eucaliptos, con el propósito de anticipar la demanda futura y recuperar las cuencas más extensamente deforestadas, como las de los ríos San Francisco y San Cristóbal.
Un siglo después se comprobó que tales esfuerzos habían sido absolutamente insuficientes pues, para la década de 1940, la mayor parte de los cerros orientales se encontraba otra vez totalmente devastada.
A los estragos del pasado pronto se le sumaron los efectos ruinosos de una urbanización descontrolada y de la desarticulación institucional en la definición de las competencias ambientales y en relación al ordenamiento de la reserva.
En lugar de concebir modelos de desarrollo sostenibles que permitieran una integración razonable del espacio urbano con el entorno natural, las autoridades se dedicaron a prohibir todo tipo de intervención sobre los cerros, dejándolos completamente vedados para la ciudadanía.
En noviembre de 2013 el Consejo de Estado dio línea sobre el tratamiento que deberá dársele desde ahora a los cerros de Bogotá, reiterando su vocación de reserva ambiental y ordenando la creación de una gran zona de aprovechamiento ecológico en beneficio de la ciudadanía. De tal modo, se abrió la puerta para repensar los cerros, en especial a Monserrate como el gran ícono de Bogotá.
Y no es para menos, Monserrate es la visita obligada de turistas nacionales y extranjeros, quienes observan la majestuosidad de Bogotá a 3.152 metros de altura.
Desde la Cámara de Comercio de Bogotá trabajamos en conjunto con las autoridades locales y el sector privado para impulsar proyectos sostenibles alrededor de los cerros. Ejemplo de ello, es una iniciativa para recuperar ambientalmente el cerro de Monserrate y dotarlo de una infraestructura acorde a su condición de atractivo turístico principal de la ciudad.
Nos habíamos tardado demasiado tiempo en entender que los cerros orientales son parte de un patrimonio público que hay que enriquecer, con el concurso del Gobierno, del sector privado y de la ciudadanía. Ya lo decía el arquitecto Salmona, “los cerros son el mejor recurso paisajístico de la ciudad y su atributo más notable”.
Es la hora de los cerros, debemos apropiarnos y recuperarlos en beneficio de los habitantes y los turistas de Bogotá y la región.