Economía

Un año después

Jorge Humberto Botero

Hoy se conmemora un año de vigencia del TLC entre Colombia y los Estados Unidos. Un lapso demasiado breve para apreciar sus efectos sobre la dinámica del comercio exterior de Colombia y, por ende, sobre su estructura productiva.

Tomando las cifras del periodo que va mayo de 2012 a febrero de este año, se advierte que nuestras exportaciones totales cayeron en un 8%. Este comportamiento negativo se explica por la caída de precios y cantidades exportadas de productos de los sectores minero-energéticos, y por la pérdida de dinamismo de las exportaciones de flores y café. Nada de esto tiene que ver con el acuerdo bilateral.

El comercio mundial de minerales es libre. La declinación de las exportaciones de flores obedece a que, por tratarse de un bien cuya demanda es elástica, se ve afectado por el bajo crecimiento económico de nuestro socio comercial; y por la apreciación del tipo de cambio, resultado, a su vez, de la depreciación del dólar y del boom asociado a la exportación de petróleo y carbón. Por lo que al café refiere, cuya exportación a los Estados Unidos siempre ha sido libre, su postración obedece a graves errores de política que vienen de años atrás.

Sin embargo, frente a quienes temen cataclismos productivos y sociales derivados de la internacionalización de la economía, hay que advertir que existe una elevada correlación entre aquella y esta. Igualmente, que el comportamiento de las exportaciones de los países de la región que tienen TLC con los Estados Unidos desde años atrás es, en todos los casos, positivo, aunque no en un linea de ascenso permanente; en fin de cuentas la calidad de la política económica incide, al igual que el ritmo de crecimiento de los Estados Unidos.

Por el lado de las importaciones en este mismo lapso conviene mencionar que el 80% de ellas está representado por bienes que no producimos; en general, se trata de bienes de capital y materias primas: traerlos al país mejora la productividad de la industria nacional.

Dicho lo anterior, es claro que la capacidad de Colombia para aprovechar las oportunidades que nos ofrece la liberación del comercio, tanto con los Estados Unidos como con otros países, es limitada. El precario desempeño en años recientes de la industria y la producción agropecuaria son síntomas inequívocos de la temida “enfermedad holandesa”, que tan nocivos impactos tiene en sectores intensivos en mano de obra.

La receta que algunos pocos todavía proponen consiste en intervenir el tipo de cambio o forzar al Banco Central a que compre muchos más dólares. Lo primero podría servir en el corto plazo si el problema fuera de debilidad del peso, no de su prolongado fortalecimiento. Respecto a lo segundo debe recordarse que, sin perjuicio de que las autoridades monetarias hagan un esfuerzo mayor, que podría ser factible, esa estrategia debe ser compatible con el mantenimiento de bajas tasas de inflación e interés.

Por fortuna, las discusiones centradas en la necesidad de alterar, por los medios que fuere, la paridad cambiaria, parecen superadas. La competitividad de nuestro país depende también de muchas otras variables, tal como lo ha reconocido recientemente el Gobierno Nacional al anunciar el “Plan Integral para la Productividad y el Empleo”.

Allí se enuncian, entre otras, medidas para reducir las onerosas sobretasas que paga la industria por los consumos de electricidad y gas, la adición de los recursos de inversión para la construcción de infraestructura o el otorgamiento de nuevos subsidios para la adquisición de vivienda nueva.

En general, estas medidas han sido bien recibidas. Lo que está por verse es si ellas son suficientes, y sí el gobierno tiene la capacidad de ponerlas en ejecución con celeridad. Percibo cierta tónica de escepticismo: al parecer solo en el segundo semestre del año entrante se iniciarán los desembolsos de los grandes proyectos de carreteras. Y una preocupación: que las medidas de estimulo a la construcción de vivienda tengan el efecto colateral de apreciar el peso.