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La casualidad quiso que Procter conociera a Gamble

Ripe

Resulta curioso pensar cuántas casualidades -además del trabajo bien hecho, ya que sin él lo demás daría igual- han hecho falta para que algunas de las empresas más importantes del mundo nacieran y se convirtieran en lo que son hoy.

Un buen ejemplo es Procter & Gamble, presente en 180 países. Alrededor de 4.800 millones de veces al día alguna persona en el mundo utiliza sus productos.

Que lo hagan no es casualidad, pero sí lo fue, y mucho, el nacimiento de la firma. Primero, porque los fundadores, William Procter y James Gamble, decidieron emigrar desde dos países diferentes (Inglaterra e Irlanda) a Estados Unidos. Después, porque ambos coincidieron en una misma ciudad (Cincinnati) y en un mismo año (1837), debido a problemas personales que les obligaron a establecerse allí.

A ello, se sumó que los dos eran emprendedores: Procter se estableció como fabricante de velas y Gamble se dedicó al jabón. Y el colmo de la casualidad es que se casaran con dos hermanas, Olivia y Elisabeth Norris (Procter ya lo había estado, pero su primera mujer murió por el cólera).

Fue el suegro de ambos el que animó a estos dos cuñados a juntar sus negocios. Así nació P&G, con Gamble centrado en la producción y Procter en el marketing, un área que siempre ha sido clave para la firma y que comenzó en 1838 con los primeros anuncios de la misma en la Cincinnati Daily Gazzete. Su éxito fue inmediato: en 20 años la compañía ya tenía 80 empleados y facturaba US$ 1 millón anuales.

La gran expansión internacional de la compañía llegó en los años 30, con la compra de la firma inglesa Thomas Hedley & Sons, lo que supuso su entrada en Europa. En 1937, cuando la empresa cumplió 100 años, sus ventas llegaron a US$230 millones, cifra que ha crecido año tras año.