Empresas

La Colombia sin Pacific

Miguel Ángel Herrera

La empresa ha salido a explicar que continua comprometida con Colombia, lo cual es políticamente correcto, pero la realidad es tozuda: la Junta Directiva se trasladó a Panamá, la empresa no operará a partir de 2016 el contrato más grande que haya tenido una petrolera privada con el Estado y su apuesta se trasladó al terreno del nuevo tigre del mercado petrolero americano: México.

La retirada tiene señales concretas: se habla del despido de 7.000 contratistas, cancelación de contratos, replantear las condiciones o posponer pagos. Pese a todo, no cabe duda de que Pacific Rubiales ha sido un gran fenómeno económico, social y político en el país y, sobre todo, en las regiones donde opera.

 Mucho es explicable no solo desde el interés de la multinacional de ganarse el respaldo de la sociedad colombiana para reafirmarse ante Ecopetrol como el mejor socio en Campo Rubiales y Quifa, sino desde la idiosincrasia misma del grupo directivo de la organización.  En épocas de vacas gordas la actitud de Pacific se convirtió en un gran reto para las demás petroleras y, especialmente, para las grandes, pues provocó un desbordamiento de las expectativas y exigencias no solo de las comunidades sino de la sociedad en general y del Gobierno mismo, tanto del Gobierno Nacional como de las autoridades en las regiones. 

Más que antes, proliferaron los requerimientos de hospitales, escuelas, puentes, carreteras y aparecieron nuevos deseos: desde reformas tributarias hasta patrocinios para equipos de fútbol, reinados, carnavales y similares. Pero ahora estamos jugando en el escenario de 50-60 dólares por barril y sin Pacific. En términos económicos y petroleros es una Colombia distinta. Es una Colombia que valorará la importancia estratégica de esta industria, lo cual debería traducirse en menor animadversión injustificada contra el sector, mayor respaldo de las autoridades nacionales y regionales, y mayor respeto y colaboración de las comunidades. 

Las regiones reconocerán que las regalías petroleras valen oro y que hay que cuidarlas; el Gobierno Nacional parará su arremetida impositiva contra el sector que más contribuye al PIB; las comunidades apreciarán el empleo que han perdido y -ojalá- dejen de ser presas fáciles de los enemigos ideológicos de la industria; los activistas medio-ambientales sentirán que la desaparición o reducción de la industria no hace sentido mientras no tengamos fuentes alternativas de generación de riqueza y desarrollo; y los medios se ubicarán de nuevo en el escenario real: las petroleras son mejores fuentes de información que anunciantes. Pacific nos creó el imaginario de que somos un país petrolero. Y estamos aprendiendo que con Pacific o sin Pacific no somos tal.