Laboral

Una bomba que no se termina de desactivar

Las cifras son alarmantes: solo 52,8% de los trabajadores está cotizando para su pensión en América Latina

Carlos Gustavo Rodríguez Salcedo

Este año que termina América Latina y España estuvieron marcados por el cambio en varios de los gobiernos de turno. Colombia, Perú, España, Paraguay, Brasil, entre otros, vivieron procesos electorales (aunque en el caso de España y Perú se dio tras la salida abrupta de sus líderes) en los que una promesa fue el denominador común: adelantar una reforma pensional.

El sistema de jubilación en todo el mundo se ha convertido en una verdadera bomba de tiempo, en medio de discusiones sobre el gasto público, el crecimiento de la esperanza de vida y el envejecimiento de la población. Sin embargo, el riesgo político que significa transformar temas tan candentes como la edad de pensión ha llevado a que los gobiernos aplacen estas reformas, omitiendo sus promesas electorales e incrementando aún más el peligro de que explote el problema.

En Colombia, por ejemplo, cada tanto se escucha de la necesidad de realizar una reforma tributaria, pero en un segundo plano queda la importancia de transformar el sistema pensional.

Las cifras son alarmantes: solo 52,8% de los trabajadores está cotizando para su pensión en América Latina y el subsidio promedio que dan los gobiernos al sistema subirá de US$75.000 a US$93.000 por persona entre 2015 y 2050, y a US$117.000 en 2100. Estas cifras, calculadas por el Banco Interamericano de Desarrollo, equivalen a que por cada año de inacción, el subsidio promedio en la región subirá US$494 por cada participante en el esquema pensional.

En este Anuario de la Red Iberoamericana de Periódicos Económicos (Ripe) presentamos una radiografía de los sistemas pensionales de nueve países de la región y España, junto con sus complejidades. Solucionarlas se podría considerar como el principal desafío que tienen los gobiernos, más allá de las tendencias ideológicas o de las urgencias tributarias de estas economías. Ojalá las pensiones dejen de ser el paciente enfermo sobrediagnosticado de las políticas públicas, al que nunca se le termina de curar o la bomba que ya se ubicó pero que no se logra desactivar.

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