Crisis en Venezuela 2024

Venezuela, el peor de los escenarios

Estatua de Hugo Chávez siendo destruida

Mauricio Jaramillo Jassir

Pocos escenarios proyectados tan dramáticos como el que actualmente padecen los venezolanos. Antes del 28 de julio pasado había razones para pensar que el oficialismo no le echaría mano directa a la elección. No se trataba de un capricho o de simpatía con el actual gobierno o establecimiento que completa un cuarto de siglo en el poder, sino por la trayectoria del autoritarismo venezolano post 2015. El principal método de recorte de derechos para la oposición jamás había consistido en el robo o la comisión de fraude en las elecciones, pues valga decir, el oficialismo siempre se sintió cómodo yendo a las urnas sabiendo que la base era amplia. Es más, en el pasado el chavismo perdió dos elecciones en las que ni amagó con el fraude, aunque sus acciones posteriores dejaron sin piso lo decidido en las urnas.

En 2007, Hugo Chávez convocó una consulta popular para establecer a Venezuela como un Estado socialista, pero fue derrotado por estrecho margen. En ese entonces, el presidente venezolano habló de una “victoria de mierda” de la oposición. Ocho años después y sin Chávez en el tablero, la oposición obtuvo la victoria más importante en 25 años de chavismo cuando ganó la mayoría calificada en la Asamblea Nacional (equivalente a congreso en Colombia).

La noche del 6 de diciembre del 2015 y ante la sorpresa de muchos, el establecimiento en pleno reconoció la victoria opositora. Sin embargo, se aplicaron maniobras dilatorias para impedir que la Asamblea ejerciera la mayoría calificada impugnando la victoria de diputados. Es tal el control del aparato que hasta se pueden dar el lujo de perder una elección. Todo se despejó en 2017 cuando de forma unilateral y abandonando la premisa del recurso al constituyente primario, Maduro propuso una Asamblea Nacional Constituyente (sin que fuese aprobada por voto popular) que en la práctica significó la cuasi liquidación del aparato legislativo. Claro está, la oposición cometió errores crasos, en especial buscar la salida de Maduro forzando la interpretación del articulo 233 de la Constitución de 1999 aprobada en pleno auge chavista.

Por eso se pensaba que el régimen no acudiría al fraude el domingo (aunque valga aclarar que no se ha comprobado dicha tesis) pues buena parte de sus credenciales democráticas pasaban por haber sido una de las administraciones del mundo que más elecciones había superado. El pasado 28 de julio el oficialismo perdió una carta que consistía en la fiabilidad de la mecánica electoral y le quedará cuesta arriba deshacerse de la idea de que la relección de Maduro no sólo esta viciada, sino que habría roto con el soberano popular.

¿Qué viene para Venezuela y cuál es el rol de Colombia? Hasta ahora, Gustavo Petro ha hecho lo correcto. No ha sido indiferente, sino que ha mantenido un pronunciamiento en el que la exigibilidad de transparencia del resultado electoral debe ser inamovible. Cualquier pronunciamiento hostil acabaría con una interlocución que será necesaria para hallar una salida. Aunque pocos lo vean en Colombia, a quien menos le conviene una pugna Maduro Petro es a la oposición venezolana. Todos los países pueden darse el lujo de venderse como los más fieles defensores de la democracia (cuando en realidad hay varios “pescando en río revuelto”), pero ni Brasil, Colombia o México pueden volar en mil pedazos el único puente entre oficialismo y oposición. Como lo afirma la investigadora venezolana Ligia Bolívar, todo parece indicar que la transición ya empezó y es irreversible. Ese país necesita acompañamiento, no barras bravas.

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