Hacienda

El descontento no es gratuito

A pesar de que los diagnósticos son heterogéneos, se observa una cierta convergencia en el descontento.

Jorge Iván González

El desgaste del gobierno de Santos tiene varias explicaciones, y las opiniones en contra responden a diferentes intereses. A pesar de que los diagnósticos son heterogéneos, se observa una cierta convergencia en el descontento. Los hechos que motivan las críticas son relativamente claros:

Primero. Ahora se están sintiendo con fuerza las consecuencias de la enfermedad holandesa que vivió el país durante la bonanza del petróleo y la minería. No es cierto que Colombia esté respondiendo de manera adecuada a los choques externos. La relación de causalidad es diferente. El país no aprovechó la bonanza y no se preparó para los golpes causados por la coyuntura recesiva. En los años de la prosperidad energética y minera, la revaluación del peso estimuló una ola de importaciones, que golpearon muy duro la industria y el agro. En diez años la importación de alimentos básicos pasó de un millón a 12 millones de toneladas. Cuando se estaba en medio de la bonanza, los empresarios y el gobierno negaron la existencia de la enfermedad holandesa, y con mutua autocomplacencia afirmaron que la economía colombiana era una de las más sólidas del mundo.

Segundo. Existe una notable asimetría entre las declaraciones a favor de la paz, y los débiles instrumentos que la política económica ha puesto en práctica para llevar a cabo los cambios estructurales que la sociedad requiere para consolidar el proceso después del acuerdo de La Habana. Se ha pretendido conseguir una paz barata. Los movimientos sociales perciben que los cambios estructurales no se están llevando a cabo, y que los objetivos propuestos en el plan de desarrollo -paz, equidad y educación- no se han concretado, y que las transformaciones no se están viendo. La mayor decepción es la reforma tributaria, que lejos de ser progresiva, consolidó la inequidad. El aumento de la tarifa del IVA de 16% a 19% generó malestar. Y la meta de que Colombia sea la más educada de América se ve demasiado lejos. Mientras que en Chile el gasto en educación primaria, niño año, es de $8 millones, entre nosotros apenas es de $1,8 millones.

Tercero. La modernización del campo, que comienza con la formalización de la propiedad y el catastro multipropósito avanza muy lentamente. Nuevamente, como ha sido una tradición secular en Colombia, los terratenientes echaron para atrás el proyecto que buscaba exigirle unos niveles mínimos de productividad a las grandes extensiones agrícolas. Y por el lado de los pequeños productores, de acuerdo con el Censo Nacional Agropecuario, 75% está en unidades productivas de menos de cinco hectáreas. Para esta población mayoritaria, que aspira a mejorar la producción y el ingreso, todavía no hay respuesta en términos de asistencia técnica, crédito, vías terciarias y, en general, oferta de bienes y servicios públicos.

Cuarto. Cuando se aceleró la inflación, el Banco de la República interpretó la tendencia como un fenómeno de demanda y aumentó la tasa de interés. En realidad hubo un error en el diagnóstico. La causa del problema tenía su origen en la oferta. La inflación comenzó a agudizarse, en gran parte, porque la devaluación del peso hizo que los alimentos se encarecieran. El crédito al consumo se acercó a la usura, y las tarjetas de crédito siguen cobrando tasas superiores a 30% anual.

Quinto. Existe la percepción de que la corrupción ha aumentado. Y el malestar es mayor porque el problema comienza por los encargados de vigilar los recursos del Estado.

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