Especial Elecciones Presidenciales 2022

180 millones de razones…

Brigitte Baptiste

…por las cuales el próximo Presidente de Colombia, que ya fue elegido ayer, deberá pensar cuidadosamente en sus mensajes y metas ambientales, pues sembrar con árboles el equivalente aproximado a 180.000 hectáreas en cuatro años, la meta final del gobierno saliente, no puede ser considerada un esfuerzo trivial. Como la pugna electoral debió quedar ya zanjada, no es necesario entrar en la controversia acerca del uso de las cifras del “contador de árboles” oficial (https://contador5m-mads.hub.arcgis.com/) a favor o en contra de la administración que concluye, sino revisar qué aprendizajes resultaron de una iniciativa presidencial en la cual resultaron involucradas todas las instituciones, la ciudadanía y, por supuesto, los medios de comunicación.

Sembrar un árbol implica muchas cosas, especialmente en el país de la biodiversidad. Cuenta mucho cuál especie, en qué lugar, en qué condiciones y luego, quién lo va a cuidar, pues sabemos que gran parte de los arbolitos que plantamos esperanzados no prospera. Un porcentaje, que esperamos sea bajo, corresponderá a “falsas siembras” donde aparecen los números, pero no hay árboles. Esperemos que con tanta sembratón hayamos aprendido al menos que para que sobrevivan las plantas es necesario que tengan cierto porte, que sean elegidos con un propósito ecológico y cultural, y que haya un contrato que garantice su crecimiento a largo plazo. El problema principal es que la suma de los árboles no puede considerarse como restauración de ecosistemas funcionales a menos que existan protocolos muy específicos y de muy largo plazo que estipulen cómo su presencia en un predio o un territorio conllevará la restitución de las funciones biológicas propias de un bosque íntegro. Una plantación comercial constituye un ecosistema simplificado, cuyo destino es la producción de madera, o frutos, o resinas, pero no necesariamente toda la gama de servicios que requiere una sociedad sostenible: de ahí que se insista en la necesidad de conservar al menos 50% de los ecosistemas silvestres del planeta o mantenerlos con bajos niveles de intervención, como ocurre en el caso de las comunidades indígenas que poseen economías adaptadas a ellos.

Sembrar árboles es bueno, es positivo, es una huella que heredan las generaciones más jóvenes y que ojalá atraiga su atención hacia niveles de gestión ambiental más complejos, que se requerirán para enfrentar los retos de cambio climático. Pero no es la solución mágica a los problemas ambientales, como nos recuerda el Stockholm Resilience Center, pues un bosque no resulta de la suma de árboles, mucho menos una selva ecuatorial. Restaurar bien es una actividad costosa y exigente que requiere las mejores perspectivas para alcanzar los efectos deseados y, en especial, no constituir una fuente de frustración; quien siembra un árbol con su familia, sus amigos, comunidad o empresa, espera que crezca para poderlo disfrutar en vida.

Monitorear los ecosistemas donde se han sembrado los árboles será la clave de las nuevas prácticas de recuperación de la biodiversidad y sus contribuciones al bienestar, incluso en ambientes urbanos. Orientar la producción de los próximos miles de millones de árboles y de plantas asociadas requiere una visión ecosistémica que conecte las instituciones y las generaciones: nada más perdurable que el afecto que recibimos de nuestros ancestros cuando nos sentamos a la sombra de un roble centenario; algo habremos hecho bien. Imaginen lo que ello significará dentro de un bosque con todos sus componentes, recuperados gracias a la acción colectiva.

Presidente, es su turno para manejar los árboles de Colombia, con toda la ciudadanía.

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