Análisis

¿Para qué la diversidad?

La diversidad de perspectivas y voces en las instituciones y en la sociedad en general puede ser un “recurso valioso” para entender mejor los problemas de desigualdad

Flora Violeta Rodríguez Rondón

Coordinadora del Centro Plurales de la Universidad del Rosario

‘Diversidad’ e ‘inclusión’ son términos que frecuentemente aparecen juntos en pronunciamientos que aplauden la existencia de personas con prácticas, corporalidades y deseos disidentes de las normas sexual y de género. Como puede verse en Google Trends, las búsquedas de la sigla “LGBT” en los últimos 4 o 5 años semejan una cadena montañosa que exhibe impresionantes picos hacia los meses de mayo y junio, para convertirse luego en un valle triste y silencioso.

Las causas de este relieve son bien conocidas: cuando algunas personas y colectivos LGBT conmemoran uno de los mitos de origen de sus luchas (mito en un sentido antropológico, es decir, como narración que explica algo), las oportunidades comerciales de varias empresas parecen multiplicarse si acompañan sus productos de banderas del arcoíris o de mensajes de inclusión, que luego caen en el olvido. Capitalismo rosa. Práctica que junto al queerbaiting (existe entrada en la Wikipedia para este término) y el tokenismo (contratación de una persona que represente alguna letra del acrónimo para transmitir la imagen de ser una organización inclusiva —Blas Radi lo explica muy bien en un texto que circula por internet) celebran la diversidad mientras la rueda gira en el mismo lugar.

Si no es para capitalizar el negocio cada mes de junio, entonces ¿para qué la diversidad? Para empezar, “la diversidad” no tiene un valor intrínseco más allá del que le han atribuido órdenes políticos, sociales y económicos en una época determinada. Antes de que el multiculturalismo y su despolitizante fiesta de las diferencias se volviera hegemónico en lo que latamente denominamos “Occidente”, los gobiernos veían lo diferente como un problema. Pasó en América Latina con el llamado “problema del indio” desde principios de siglo XX y en Europa con las “minorías” nacionales de países vecinos que quedaron del “otro lado” de la frontera. De estos grupos se esperaba que obstaculizaran el desarrollo o desestabilizaran la nación. Pero este no es un hecho del pasado. En Colombia, la migración venezolana ha desatado miedos sobre el futuro de la nación. Ni qué decir de la ola de pánico moral antigénero de hace unos años que aún se siente.

Pero la relación de las sociedades con lo diferente puede cambiar. Los grupos históricamente discriminados, ya sea por su orientación sexual o identidad de género, su procedencia o su pertenencia étnico-racial, han llegado a ser valorados (no en la misma medida) por lo que puedan aportar a la sociedad. Algunas teorías críticas nos enseñan que estos grupos pueden desarrollar una mirada única sobre el mundo, al reconocer las violencias que para otres son naturales. En este sentido, sí, puede haber “réditos” en justicia social.

La diversidad de perspectivas y voces en las instituciones y en la sociedad en general puede ser un “recurso valioso” para entender mejor los problemas de desigualdad e imaginar horizontes posibles de cambio. “Diversidad” puede dejar de ser un término hueco si lo articulamos en esfuerzos por hacer de este mundo un lugar habitable para todes.

TEMAS


#Pride - Inclusión - Ambiente laboral - Universidad del Rosario