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Recuperando el rumbo

El reto es seguir invirtiendo en el capital humano local, pues este nuevo modelo es mucho más exigente en términos de su calidad

Adolfo Meisel Roca

Rector de la Universidad del Norte

En 1871, Barranquilla era un caserío, caracterizado por pequeñas casas de bahareque y techos de paja, y caminos de tierras que se volvían arroyuelos en la época de invierno.

La economía de la población se basaba en el comercio con las zonas aledañas y su posición geográfica impulsaba su vocación como sitio de tránsito de mercancías entre el interior del país y el exterior a través del río Magdalena.

El comercio exterior colombiano se consolidó en el puerto marítimo de Sabanilla, mientras que internamente la conexión se daba por la arteria fluvial. Todo esto cambió a partir de 1871, cuando se inauguró el ferrocarril Sabanilla-Barranquilla y se abarató mucho la importación y exportación vía Barranquilla. Por esa razón, entre 1871 y 1929 Barranquilla fue el centro urbano con mayor crecimiento demográfico de Colombia. Se convirtió en el principal puerto fluvial del país y, de manera indirecta o más bien por medio del ferrocarril, en el mayor puerto marítimo.

Surgió así su icónico reconocimiento como Puerta de Oro de Colombia. El puerto jalonó este proceso de expansión y dio paso a un proceso de industrialización desde fines de la década de 1910.

Para 1960, el primer año del que tenemos cifras desagregadas del PIB departamental, el peso de la economía de Barranquilla y su área metropolitana ya generaba más de 90% del PIB del departamento del Atlántico. En ese mismo periodo, la industria manufacturera aportaba 31% del PIB de la economía barranquillera. Sin embargo, para entonces la economía local ya había entrado en una profunda crisis como resultado del haber perdido su liderazgo portuario desde la década de 1940.

Además, el río Magdalena había perdido importancia en el transporte de mercancías y Barranquilla se encontraba incomunicada del interior del país, pues no se construyeron carreteras que la interconectaran, lo que sí ocurrió en otras regiones comerciales del centro.

Las décadas de 1960, 1970 y 1980 fueron terribles para la economía local, lo que llevó a un deterioro de su dirigencia política, de sus servicios públicos y a una desaparición de su anterior dinamismo industrial. Lentamente, en la década de 1990 empezaron a aparecer algunos signos de que la economía se estaba reacomodando y que se estaban gestando las primeras bases de un nuevo modelo económico.

Ese cambio de rumbo positivo se empezó a evidenciar en los inicios del siglo XXI. La ciudad comenzó a mostrar un nuevo dinamismo económico, esta vez no centrado en la industria sino en servicios modernos como los de salud, financieros, educativos, comunicaciones, servicios públicos.

En el PIB actual de Barranquilla la industria manufacturera pesa solo 18%, comparado con ese 31% que aportaba en 1960. En contraste, los servicios pasaron en igual periodo de 26% a 53%; son la base actual de esta economía.

La ciudad reencontró un nuevo modelo de crecimiento tras décadas de decadencia y retroceso. El reto es seguir invirtiendo en el capital humano local, pues este nuevo modelo es mucho más exigente en términos de su calidad.

Si lo queremos ilustrar con un solo ejemplo, hay que señalar que de fábricas textiles con obreros medianamente calificados hemos pasado a hospitales donde ejercen médicos muy especializados.

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