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La universidad y la formación profesional

Sergio Rodríguez Azuero socio fundador CMS Rodríguez-Azuero

La formación de los abogados debe enderezarse a fortalecer no solo el conocimiento, sino la forma como a él se llega a partir de la curiosidad

Sergio Rodríguez

Socio Fundador de CMS Rodríguez-Azuero

Los cambios vertiginosos que se producen diariamente en materia pedagógica y los interrogantes sobre lo que vendrá en materia de contenido y duración de los programas, no nos relevan de la posibilidad de preguntarnos, hoy y ahora, qué reciben nuestros alumnos en su paso por la universidad, en programas tan tradicionales como los de derecho, profesión que, por cierto, por el número elevadísimo de egresados, no siempre de la mejor calidad pero, especialmente, por no atender necesidades prioritarias para el país, podría ser de menor interés para muchos bachilleres que hoy tienen que decidir su carrera profesional. Pero que, para quienes ejercemos con devoción la profesión, sigue siendo nuestro mayor logro.

¿Qué reciben los alumnos?

Pues bien, los programas, diferentes según las universidades, comienzan por preparar a los alumnos en el conocimiento de la ley en su más amplia expresión. La forma como los países regulan a partir de su Carta constitucional, las relaciones entre los miembros de una sociedad, entendiendo que la existencia de reglas comunes y vinculantes constituye la garantía fundamental para asegurar la armónica relación entre los partícipes en ella, tanto en sus entre si como con los órganos creados que representan políticamente la noción del Estado.

En el extenso pénsum de la carrera se recorren las distintas manifestaciones de los denominados derecho público y privado y con frecuencia se acompañan con visiones sobre disciplinas complementarias como sociología, economía e idiomas, hoy esenciales para hacer parte del universo en el que tenemos que movernos.

Pero más allá de las referencias a materias particulares, la formación de los abogados debe enderezarse a fortalecer no solo el conocimiento, sino la forma como a él se llega a partir de la curiosidad, de la actitud abierta a descubrir algo nuevo cada mañana, y de la actitud crítica para recibir las enseñanzas que resultan de las lecciones del profesor y de las numerosas fuentes que deben consultarse de manera, que con el respeto que ellas merecen, el alumno pueda formarse su propio criterio.

Que tenga la capacidad permanente de cuestionarlas para preguntarse si la forma de abordarlas o las respuestas que se ofrecen pueden ser distintas. Y al llegar a una conclusión diferente, si ese es el caso, tenga la posibilidad y el compromiso de sostenerla, sin soberbia y serenamente. Es decir, que adopte frente a la vida y a los temas que se le someten, una posición intelectual que pueda defenderse y sirva de base para la toma de las decisiones que deba tomar.

A propósito, y quizás esto responda a la pregunta de saber por qué tantos abogados fueron y siguen siendo excelentes gerentes, hay que recordar que la formación jurídica se endereza a formar profesionales capaces y permanentemente impelidos a tomar decisiones.

En efecto, en un ejercicio al que se somete a los alumnos desde el primer día de clase, se les presentan los casos controversiales de cada materia y se los invita a analizarlos frente a la ley, la jurisprudencia y otras fuentes, de manera que como consecuencia de ese proceso deban llegar a una respuesta conclusiva. Regla de oro para el juez que no podría pretextar la falta de normas específicas para abstenerse de fallar. Las reglas de hermenéutica le brindan numerosos instrumentos y referencias para fallar, esto es, para definir el conflicto que se le somete.

En otras palabras, el abogado se forma para conocer los hechos controversiales y, aplicando las reglas de interpretación, dar una respuesta en derecho sobre la solución aplicable. Y si la gerencia implica tomar decisiones, esto es lo que hace el abogado todos los días respecto a los problemas que se le someten a su conocimiento.

Bastaría esta referencia para explicar la forma como el paso por la universidad lo prepara para la vida, incluso para aquellos que, al final, se abstienen de ejercer propiamente la profesión, pero utilizan en sus actividades las fortalezas derivadas de haber cursado la carrera.

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