Industria

El hombre que se arriesgó a transformar a Colombia y generó más de 40.000 empleos

El empresario falleció en Cali, ciudad que se convirtió en el epicentro para dar vida a la Organización Ardila Lülle

Gabriel Forero Oliveros

“No me he arrepentido de nada en esta vida. Si uno no se arriesga, si no lucha, si no brega, pues las cosas no se pueden dar de la noche a la mañana”. Esta fue una de las frases del empresario Carlos Ardila Lülle durante una entrevista cuando recibió el premio como el “Empresario del Siglo” ad portas del año 2000.

Y esa premisa puede considerarse como la filosofía de vida de un hombre que nació en Bucaramanga el 4 de junio de 1930 y que, con tan solo 23 años fue nombrado gerente de fábrica de Gaseosas Lux en Cali. Allí se arriesgó a creerle a la esencia de manzana que trajo el belga Jean Martín Leloux, para crear, él mismo y tras trabajar 18 horas diarias, la primera gaseosa en el mundo con este sabor, la cual fue un éxito rotundo en ventas y desplazó a la lulada. Sin saberlo, pero con una visión aguda, inició el camino que lo llevaría siete décadas después, a ser el líder de un conglomerado de empresas que transformaron el país, y que hoy generan el sustento a más 40.000 familias colombianas.

El doctor Ardila, como muchos lo recuerdan, no nació en cuna de oro, sino que se formó en una familia de clase media alta de ascendencia alemana, que le transmitió el amor por el trabajo y le fundó un olfato para los negocios, el cual tuvo durante toda su vida.

Se formó como bachiller en el colegio San Pedro Claver y, según el trabajo de grado de Carolina Castrillón, estudiante de magíster de la Universidad Nacional, sus compañeros decían que era el mejor de la clase y siempre se destacó en matemáticas, una virtud que lo llevó a entrar, con cierta facilidad, a la Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Medellín, en la cual fue un estudiante destacado y de la que se graduó de ingeniero civil.

Con solo 20 años de edad ya había cursado su pregrado, el cual describió en su momento como una época de sacrificio y exigencia, que le permitió aprender sobre valores, ética, dedicación y compromiso constante por salir adelante. Todo esto, terminó siendo el combustible para forjar la Organización Ardila Lülle (OAL).

Carlos Ardila Lulle y Eugenia Gaviria Londoño. Foto: J Obando para El Colombiano.

Precisamente, fue en la vida universitaria cuando conoció a quien al cabo de pocos años se convertiría en su cuñado, Lázaro Gaviria, hijo de Antonio Gaviria, dueño de Gaseosas Lux y hermano de María Eugenia, quien sería su esposa y compañera de vida hasta mayo de 2021.

Con doña María Eugenia tuvo cuatro hijos: Carlos Julio, Antonio José, María Emma y María Eugenia, de quienes, reseñó Castrillón, en su momento Ardila dijo: “En mis cuatro hijos está prevista la línea de sucesión de la Organización. Son personas juiciosas, han estudiado en las mejores universidades del mundo y están pendientes de las empresas desde antes de terminar sus carreras”.

El vínculo con los Gaviria en Medellín lo llevó a trabajar en 1951 en la empresa fabricante de bebidas, donde fue nombrado Gerente de fábrica y fue trasladado a Cali, ciudad donde tuvo a su primer hijo.

En la capital del Valle del Cauca, el joven ejecutivo aprovechó que era prácticamente el hijo putativo de la familia, y con su talante y buen oficio empezó a mostrarle a su suegro las innovaciones que estaba desarrollando, pues muy temprano se dio cuenta de que era clave la integración vertical, lo que lo llevó a entrar a los negocios del azúcar y de los envases con ingenios como Incauca y el fabricante Peldar.

Pero fue después del acierto con la Manzanita Lux que comenzó con fuerza su legado, ya que de a poco conquistó el mercado valluno y le hizo férrea competencia a Postobón. En ese pasaje de su vida comenzó a comprar las participaciones accionarias de su familia política en Lux, y con una visión clara preparó su próxima movida: comprar títulos de su competidora en la Bolsa de Medellín de forma estratégica, y para ello hizo varias jugadas con amigos como Carlos Upegui y Jaime Michelsen. “Fue una etapa de mi vida intensa, y a la vez, dura y reconfortante”, dijo el empresario en 2001 a Dinero, quien finalmente logró quedarse con la totalidad de Postobón en 1968.

En los años venideros a la transacción constituyó Anhídrico Carbónico, que producía el gas para sus bebidas; compró Peldar y negoció quedarse con su ingenio. Desde esa posición fue consolidando un grupo de empresas pues en la siguiente década decidió apostarle a invertir en medios de comunicación como RCN Televisión y RCN Radio, incluso, ya en el nuevo milenio se la jugó por adquirir el Diario La República. Pero también entró al negocio de la distribución de autos con Los Coches de la Sabana, e incluso Coltejer.

Sobre esta última empresa, Ardila dijo: “Esa inversión yo la considero como lo que más he podido hacer en la vida. Las cosas que lo hacen sufrir a uno, uno les va cogiendo cariño. Yo verdaderamente le he cogido cariño a Coltejer”, dijo en su momento, al tiempo que recordaba que Antioquia era su segunda tierra, después de Santander, aunque también era muy apreciado en Cali, en donde falleció en la mañana del 13 de agosto.

Con su organización andando, Ardila se convirtió en uno de los empresarios más ricos de Colombia, e incluso, del mundo. Pero más allá de su fortuna, muchos lo recuerdan como un optimista que dejó no solo un legado de empresas, sino de estilo de vida. Castrillón recuerda que uno de sus empleados dijo que sus colaboradores lo describían como la persona más fantástica y humana, pues no le veía problema a manejar camiones o a cargar cajas, las cuales podía alzar sin problema, porque era un nadador y un deportista empedernido. Esta faceta lo llevó a ser un impulsor de disciplinas como el ciclismo, el patinaje y el fútbol, una vocación que se materializó cuando la OAL se hizo propietaria de Atlético Nacional, el equipo más ganador del país y dueño de dos Copas Libertadores.

Esa mentalidad ganadora fue la que mantuvo para sacar adelante la reestructuración de la deuda de Postobón y Leona, tras incursionar por primera vez en el mundo de las cervezas, al que volvió en 2014 con Central Cervecera de Colombia.

Su decisión por transformar el país no solo fue económica, pues otro legado que dejó fue su filantropía y su apoyo desmedido a las instituciones de salud, las cuales fueron cruciales para afrontar la pandemia del covid-19 para miles de personas que hoy recuerdan a un arriesgado que le dio su vida a Colombia.

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