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Donde otros ven oro, occidente amontona barro

Colprensa

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La implacable denigración de Occidente hacia los Juegos Olímpicos de Sochi ha estado latente incluso antes de la inauguración del viernes, que se suponía sería un evento deportivo pero que sufrió el mismo señalamiento político que Beijing hace seis años. 

Pese a lo anticuada de la retórica, no fue para nada inesperada: supuesta corrupción, excesivos costes y violación de los derechos humanos. Todo ello pese a que las encuestas de opinión, destacable una de Gallup, generaron titulares como "Rusos ven oro en Juegos Olímpicos de Sochi".

China también contó con un abrumador apoyo nacional para los Juegos Olímpicos de 2008, pero Beijing no escapó entonces a la cobertura negativa de los medios occidentales. El patrón era obvio: restar importancia al consenso y resaltar las diferencias cuando existe un distanciamiento ideológico o político entre Occidente y el país anfitrión de los Juegos Olímpicos.

Con todas las garantías, los Juegos colocan en el centro de la atención a su anfitrión, y Sochi claramente no lo hace sin padecer más de un dolor de cabeza. Igual sucedió con Beijing, Londres y probablemente vuelva a suceder dentro de dos años con Río de Janeiro.

Sin embargo, magnificar los problemas bajo un microscopio y recurrir a tintes políticos con una menos que gloriosa agenda no es beneficioso para los grandiosos Juegos. De hecho, resulta oportunista, pero habitual debido a los antecedentes de Occidente.

"Los Juegos Olímpicos tienen que ver con la construcción de puentes para juntar a las personas", dijo sabiamente el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, durante la ceremonia inaugural. "No tienen nada que ver con levantar muros que mantengan separadas a las personas. Abracemos la diversidad y la unidad humanas".

Tal fue el espíritu que llevó a Sochi el presidente chino, Xi Jinping. Es una costumbre del pueblo chino transmitir sus felicitaciones en las ocasiones alegres de los vecinos, destacó el mandatario.

China apoya firmemente a Rusia en su condición de anfitrión de los Juegos, no solo manifestando su respeto por el espíritu deportivo y los ideales olímpicos, sino también ofreciendo un oportuno voto de confianza a un amigo y vecino cercano.

Tales principios, promulgados en el "nuevo modelo de relaciones entre grandes potencias" de China debería aplicarse a otros asuntos internacionales más allá de los Juegos Olímpicos de Sochi.

En un notable contraste, los líderes euro-atlánticos prefirieron no aparecer en el espectáculo olímpico para evitar lo que podría -o no- generar un veredicto de culpabilidad por asociación.Aparentemente, en sus mentes pesó más la política que la humanidad.

Muchos, incluidos nuestro amigos en The Economist (El Economista), han desempolvado los recuerdos de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, esforzándose en recordar al mundo las denominadas hostilidades internacionales evidenciadas por la ausencia de un número de jefes de Estado, pero no sus equipos.

La comparación ha sido reveladora. Treinta y cuatro años después resulta que la mentalidad de la Guerra Fría sigue viva y coleando en Occidente.

Pese al alboroto, los Juegos fueron oficialmente inaugurados con una música y un baile espectaculares que iluminan Sochi.

"Muy pronto, la atención se centrará en los deportistas y las competiciones, como debe ser", opinó The Wall Street Journal en un editorial el viernes después de menospreciar ampliamente el evento. Si solo hubiese podido brindar dicha opinión con anterioridad.