Al son del río, las lecciones que deja el festival de jazz de Mompox
domingo, 21 de septiembre de 2025
Lo que empezó como una apuesta modesta por descentralizar la cultura y llevar arte al corazón del Caribe interior, hoy es uno de los encuentros musicales y culturales más fascinantes del país
Leticia Ossa Daza
Parece que el tiempo se detuvo en Santa Cruz de Mompox... En esta joya colonial localizada en la zona de “La Depresión Momposina”, rodeada por los brazos del río Magdalena, y declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la Unesco, cada calle guarda una historia.
Bajo las ceibas centenarias, frente a las fachadas coloniales que parecen inmortales y un cielo azul intenso, resuenan acordes que parecen ajenos al tiempo. El jazz —ese idioma universal que mezcla corazón y técnica, improvisación y estructura— encuentra en esta isla un hogar inesperado. Uno donde el realismo mágico se respira en cada rincón.
Esta ciudad mágica es el escenario del Festival de Jazz de Mompox. Lo que empezó como una apuesta modesta por descentralizar la cultura y llevar arte al corazón del Caribe interior, hoy es uno de los encuentros musicales y culturales más fascinantes del país. Hay algo misterioso en la conjunción entre historia, río y música que roza lo sobrenatural.
¿Quién habría imaginado que Mompox, ciudad con nombre de personaje de novela, se convertiría por tres días, en capital musical y cultural de Colombia?
Aunque Gabriel García Márquez nunca vivió en Mompox, en sus crónicas y ficciones se intuye esta geografía anfibia, donde el calor dobla el aire, las mecedoras acompasan el paso del tiempo en patios sombreados por veraneras, y los días parecen repetirse hasta que alguien los interrumpe con una historia o con una canción. Mompox —como Macondo— es un estado del alma. Y cuando suena el jazz, se convierte en un estado de trance colectivo.
Este festival no es solo música: es historia, memoria, economía y comunidad. En 1.810, Mompox fue una de las primeras ciudades en declarar la independencia absoluta del dominio español. Bolívar lo reconoció con una frase que aún vibra en los muros de la ciudad: “Si a Caracas debo la vida, a Mompox debo la gloria.” Hoy, esa gloria se manifiesta en un nuevo tipo de heroísmo: el de preservar la cultura, fomentar el talento local, y construir economía.
Porque el FestiJazz es también motor económico. La ocupación hotelera se dispara, las ventas de los artesanos locales se multiplican, y los pequeños negocios —cafés, talleres, restaurantes— florecen. Según estimaciones de la Gobernación de Bolívar y Fontur, el festival inyecta cada año cientos de millones de pesos a la economía local. Además, posiciona a Mompox como destino turístico de alto valor cultural.
En una época donde todo parece urgente, este festival ofrece una lección silenciosa: que la pausa también puede ser productiva. Que escuchar con el cuerpo entero, es una forma de compromiso. Y que el desarrollo puede empezar con una canción que se queda en la memoria.
Tal vez eso es lo que logra el Festival de Jazz: reconciliar a Mompox con su propio ritmo, volverlo visible, actual. Y regalarnos, a quienes venimos de lejos, la certeza de que aún existen lugares donde la cultura no es espectáculo, sino un rito. Un rito que no solo une a Mompox con su historia, sino también con el mundo.