Cultura

#Con-Texto | El estoicismo en las anécdotas de Pohlenz, Stellars y Holiday

Cuenta la historia que al gran emperador Marco Aurelio disfrutaba de caminar por las calles y plazas de Roma, en donde era aclamado por la multitud

Lewis Acuña

Tres libros para entender la filosofía del momento: “La Stoa”, Max Pohlenz. “Lecciones de estoicismo”, John Sellars. “Estoicismo cotidiano”, Ryan Holiday.

Cuenta la historia que al gran emperador Marco Aurelio disfrutaba de caminar por las calles y plazas de Roma. Allí era constantemente rodeado y aclamado por la multitud. En su séquito llevaba un siervo que siempre estaba tan solo unos pasos detrás y cuya única función era acercarse discretamente para susurrarle al oído cuando los gritos de su pueblo lo enaltecían como a un dios: “recuerda, solo eres un hombre”.

Algo similar ocurría en su fastuoso carruaje. Situado un paso detrás de él, alguien sostenía su corona de laurel sobre la cabeza sin apoyarla ni soltarla. Cuando subía la intensidad de las aclamaciones, se acercaba a susurrarle “Memento mori” -recuerda que morirás-.

No se trataba de una amenaza ni de ser en exceso pesimista. La frase se encaminaba a recordarle su mortalidad y los condicionamientos de su naturaleza humana, que aunque estuviera llena de riqueza y gloria, era limitada y finita.

Antes que él, Epicteto nació como esclavo y era reconocido por padecer una fuerte cojera. Cuenta la anécdota que en una ocasión su amo estaba molesto y como los amos tenían dominio absoluto sobre el cuerpo del esclavo, se dedicó a torturarlo, retorciéndole una pierna.

Epicteto, calmado, le advirtió “la vas a romper”. Enfurecido por un castigo que no estaba surtiendo efecto y contrariado por su calma, el amo la retorció inhumanamente hasta fracturarla. El esclavo, más adelante convertido en filósofo, solo le expresó: “te lo dije, la ibas a romper”.

El cruel hombre se dejó dominar por su ira y se convirtió en su esclavo, no tuvo dominio sobre sus emociones e hirió de por vida a quien para él trabajaba. Este, por su parte, controló sus emociones pese al dolor, le advirtió que estaba mal lo que hacía y las irremediables consecuencias. Epicteto no tenía ningún control sobre lo que iba a suceder, ya que carecía de poder sobre la acción del amo, pero mantuvo el poder y el control sobre su reacción.

De Séneca se dice que nació y vivió siendo frágil. En una carta a su madre, Helvia, que lo creía muerto, le escribió “todos hemos nacido para la felicidad, si no salimos de nuestra condición. La naturaleza ha querido que para vivir felices no se necesite grande aparato: cada cual puede labrarse su dicha. Las cosas adventicias tienen poco peso, y no pueden obrar con fuerza en ningún sentido: la prosperidad no eleva al sabio, ni la adversidad puede abatirle, porque ha trabajado sin cesar en aglomerar cuanto ha podido dentro de sí mismo y en buscar en su interior toda su alegría”.

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