Ocio

El fin del mundo nunca había sido tan divertido

Iván Bernal Marín

La ‘Guía del autoestopista galáctico’ (1979) es una obra de culto, hito del humor surrealista que debe leer todo aficionado a la ciencia ficción. Pero también, la primera de una trilogía de cinco partes, como la definió su autor, el británico Douglas Adams. Las otros libros han tenido menos bombo, aunque la serie pueda ser leída en cualquier orden gracias a las paradojas espaciales.

La segunda es ‘El restaurante del fin del mundo’, una lectura que va aumentando en cinismo y absurdo con cada línea, en una ola de diversión que parece capaz de proseguir hasta el infinito, y que sorprende con genialidades hilarantes en promedio cada dos párrafos y medio. Lo más gracioso es que no parece haber una historia clara, como tal, porque los hechos se desarrollan en el espacio estelar, oscuro como tal. Solo somos testigos de las desventuras de un montón de locos enfrentándose a la incertidumbre e improbabilidad de un Universo que no es el nuestro, aunque sirva de modelo para explicarlo. No entendemos bien qué pasa, y los protagonistas menos, por lo que podemos reír tranquilos mientras ellos intentan averiguarlo. Atravesarán mundos y parajes tan descabellados como su nave, que no logra escapar de un ataque porque su computador no responde, pues sus circuitos están concentrados en producirle una jarra de té a uno de los únicos dos humanos que sobrevivieron a la demolición de la tierra (fue destruida para construir una avenida). El líder es el presidente de la Galaxia, un tipo que decidió borrar su antigua personalidad porque se atravesaba en su misión de dedicarse a lo que de verdad lo motiva: pasarla bien. Usa unas gafas contra el peligro, que simplemente se oscurecen ante el riesgo para que el usuario no se preocupe. Destellos de sus viejas responsabilidades los llevarán a un restaurante atrapado en una burbuja de tiempo, en el futuro, frente al cataclismo que acabará el mundo(se ofrece como show a los clientes); y luego, a escudriñar el origen de la vida y todo lo demás. Pero eso es lo de menos. Lo de más son los diálogos, la ironía, las discusiones con robots asesinos y ascensores, y Marvin, el androide paranoide. Al final, “el Universo es un lugar inabarcablemente grande, hecho que la mayoría de gente tiende a ignorar en beneficio de una vida tranquila”.