Ocio

Los enigmas cotidianos de los hermanos Cuervo

Iván Bernal Marín

Una sensación de misterio flota entre las confesiones juveniles de un estudiante de clase media bogotano, que encontró sus amigos, sus ídolos y también sus propios villanos en dos hermanos cargados de una reputación que juguetea con lo sobrenatural.

Cada situación, cada imagen, tiene un extraño gusto a aburrimiento real, a cotidianidad noventera, en la nueva novela de Andrés Felipe Solano: Los hermanos Cuervo, (Alfaguara, 2012). Y, sin embargo, todo está sembrado de una intriga que mantiene cautiva la atención. Como la calma antes de la tormenta, el aliento del desastre se percibe en los rasgos sutiles de los personajes. Un gesto, una foto, una expresión, nos recuerdan que todos están unidos por un mismo signo: una incómoda resignación.

¿Resignación ante qué? Hay un aroma a desastre o fatalidad, pero la respuesta no es precisa. Ganchos de una narración que fluye con velocidad. La claridad con la que todo se presenta, es solo comparable a la oscuridad que se presiente en las sombras de dos adolescentes de apariencia vampírica, con memorias de calculadora, que disfrutan amanecer ante el florecimiento de una Victoria Regia, tocar ‘rock paranoico’ y acostarse con prostitutas negras.

Pronto, de la mano del protagonista, el lector estará atrapado en los Cuervo, afanado por descubrir por qué son así y de qué más son capaces. El suspenso se va desgajando entre intimidades que revelan que su historia real, cercana a la de cualquier colombiano que creciera en los 90, es más trágica e intensa que cualquier rumor satánico o marciano.

Solano emplea múltiples recursos para envolvernos. Pasa de lo enciclopédico a lo periodístico. Así retrata el narcotráfico, la gloria del ciclismo, la Vuelta a Colombia, el cambio de horario para ahorrar energía, los apagones, las plantas de gasolina. Un paisaje de fondo plagado de poderosos simbolismos. Episodios de una historia nacional que marcó el devenir de muchas historias personales, en formas insospechadas.