Ocio

Mejor pensar en otra cosa que no sea la carrera

Germán Centeno

El fin de semana de la maratón comenzó este jueves en la noche. En esta oportunidad, además de mis compañeros de entrenamiento, viajamos con mi esposa y mis dos hijos. El vuelo sale casi a la media noche, con lo cual tras cinco horas y media estaremos en Nueva York. La idea es llegar, dejar maletas en el hotel e ir con la familia hacia la Expo, el lugar en donde recogemos el dorsal y se vive el primer contacto con la fiesta de la maratón. Durante tres días los más de 30.000 corredores debemos pasar por allí. Cientos de marcas de productos relacionados con este deporte exhiben lo mejor: ropa conmemorativa, tenis, relojes, gafas, alimentos, miles de accesorios.

Estamos ilusionados con que los niños disfruten algo de la ciudad, pero las actividades no deben comprometer demasiado camino a pie. Habrá que almorzar ese viernes pasta, buscar entretención no muy activa y en la noche algún espectáculo para ver sentados.

El sábado debemos estirar las piernas y hacer algo de flexibilidad. Asistir al desayuno que organizan los amigos de Proniño, el programa de la Fundación Telefónica con cuya camiseta corremos, para recordar que no debe haber niños trabajadores, una inspiración adicional. Nos encontraremos con compañeros de trabajo que viven en otros países e intentaremos quitarnos los nervios hablando de todo un poco. Saldremos a almorzar y debatiremos entre ir a un museo o buscar un recorrido por la ciudad en bus, la idea es no caminar, pero tampoco quedarse en el hotel porque estamos en Nueva York y hay que aprovechar. También porque debe hacerse algo que no te permita pensar en la maratón demasiado, aunque lleves casi cinco meses preparándola.

La cena será la carga de carbohidrato: toda la pasta y papas que puedas ingerir. Hay que llenar el tanque para darle de comer a los músculos mientras corres. No puedes ponerle salsas ni aceites, no debemos darle problemas al estómago. Antes de las 8 de la noche estaremos en la cama.

El domingo, el gran día comienza muy temprano. Ya has alistado todo lo que te vas a poner la noche anterior. Te vistes, desayunas a las cinco y media de la mañana y sales a encontrarte a las seis con Alfonso, Fabián, Jorge, Germán, Andrés, Javier y Juanita, caminamos hacia el Central Park Sen donde están los buses que nos llevarán hacia Staten Island y el puente Berrazano. El frío será intenso y faltarán tres horas y cuarenta minutos para correr. Ya en la salida, tirados sobre el pasto, buscaremos no perder calor ni hacer nada contrario a esperar, el frío será desesperante. A las 9:10 de la mañana nos despediremos de los demás amigos de Proniño, nos desearemos suerte y cada vez más solos iremos a nuestro corral. A las 9:40 a.m., se escuchará New York, New York de Frank Sinatra, cuidados por cientos de voluntarios nos liberarán para caminar suavemente y luego, al pasar la línea de partida, correr para ponernos al ritmo que tanto entrenamos.

Comienzan los más de 42 kilómetros y 195 metros atravesando el puente Berrazano hacia Brooklyn y luego por Queens. Pasaremos el río Este a través del puente Queensboro para llegar a Manhattan. En la isla tomaremos rumbo norte por la Primera Avenida, para pasar levemente por el Bronx y retornar a Manhattan por la Quinta Avenida y así terminar en el Central Park.

Al final, más de tres millones de Newyorkinos te habrán llamado por el nombre que llevas en la camiseta, te habrán hecho sentir todo un héroe. Esta sensación, la que hace realmente especial esta maratón, la mantendrás al cruzar la meta, ojalá verificando que cumpliste tu tiempo objetivo. Besarás la medalla, a veces podrás llorar un poco y al salir de la carrera pasearás por la ciudad, en el metro y en cualquier almacén seguirás recibiendo las felicitaciones de todos los habitantes de la ciudad como si hubieras hecho algo importante.

Desde adentro
Pensar en la maratón lleva a recordar que este domingo en el corral de partida en Staten Island, se cumplen 16 semanas continuas de preparación descansando solo uno de cada siete. Tiempo en el que se sortean circunstancias familiares, viajes de trabajo y la vida tradicional de una persona que igual debe estar al menos pasadas las 8 de la mañana en la oficina, en donde lo espera una jornada laboral normal. Supone contestar todas las mañanas la pregunta de qué sentido tiene levantarse en silencio, a oscuras, sin tropezarse con algo, antes de que nadie se despierte en la casa, para salir a disfrutar de los siete grados centígrados de Bogotá.

Buscar respuesta a esa rutina puede ser tan inocuo como adentrarse en las convicciones espirituales de las personas. Simplemente se ve uno compartiendo con el grupo de amigos la misma afición y compromiso de no fallar. De disfrutar en algunas rutinas semanales trances cercanos a la meditación, alejado de cualquier ruido habitual, solo con uno mismo, con sus problemas y los sonidos de su respiración, del corazón y de la sangre tomando velocidad.

En este ciclo de entrenamiento para Nueva York ha habido muchas cosas nuevas. Con el grupo de amigos que corremos cambiamos, por ejemplo, la manera de enfrentar los últimos kilómetros.