Ocio

Trago y trote

Alexander Obando

No hay duda de que el alcohol ocupa un lugar muy importante en una gran variedad de eventos sociales.

Sin embargo, todos sabemos que no hay que subestimar su consumo, pues aunque una copa de vino suele ser “inofensiva”, las bebidas alcohólicas son nocivas y pueden afectar seriamente cualquier plan de entrenamiento.

El etanol afecta el sistema nervioso, de manera que provoca inicialmente euforia y fuerza. No obstante, en realidad tiene propiedades depresoras, es decir, deprime las capacidades del individuo ante cualquier situación; una afectación que también implica la disminución de los reflejos.

El alcohol ocasiona la pérdida de vitaminas y minerales -como potasio, magnesio, fósforo y calcio- que son esenciales para el adecuado desempeño deportivo.

Otro efecto negativo sobre el metabolismo de nuestro organismo es la degradación progresiva de las proteínas.

Además, para todos aquellos que calman la sed con una cerveza después de la competencia o el entrenamiento, hay que recordar que el efecto será contrario al esperado: el alcohol deshidrata; así mismo, altera la regulación de la temperatura del cuerpo, lo cual afecta en especial a los que se ejercitan por tiempo prolongado, y a temperaturas que no son demasiado altas.

En conclusión, hay que tener en cuenta al entrenar que el alcohol disminuye la fuerza, la potencia y la coordinación (en otras palabras, el rendimiento), lo cual produce una alteración en nuestros movimientos naturales requeridos para un buen desempeño físico; también reduce la masa muscular y aumenta la grasa corporal.

Por lo tanto, para vivir saludablemente es preferible no tomar alcohol, especialmente si se esperan buenos resultados en una competencia.

Y si definitivamente la presión social o una celebración con familiares o amigos amerita unos tragos, vale la pena tener presente las consecuencias que esto trae.