Colombia y su analfabetismo científico
jueves, 29 de mayo de 2014
Cuenta el inquietante Andrés Oppenheimer que estando en Uruguay en una fiesta de cumpleaños del expresidente Julio María Sanguinetti, un mago hizo desaparecer y aparecer vasos, periódicos y demás, y no faltó quien dijera entre los aplausos, que ese mago debería de ser el próximo ministro de Economía; pero de manera muy inteligente el expresidente Sanguinetti respondió “¡no; debería de haberlo nombrado ministro de Educación!”.
En nuestras latitudes se suele creer que los problemas de la sociedad pueden ser solucionados apunta de fórmulas económicas y leguleyadas y no a través de un decidido apoyo del aparato técnico científico, y es ahí en donde radica nuestro analfabetismo científico.
El grueso de los gobernantes que han desfilado por la Casa de Nariño, ha tenido muy claro para qué sirven los militares y la policía, los recolectores de café y los constructores, los periodistas y los taxistas, pero parece que no han tenido la menor idea de para qué sirve desarrollar la ciencia en un mundo globalizado. Una abismal diferencia entre los países desarrollados y los subdesarrollados es que en estos últimos las personas nos transportamos en carros, viajamos en aviones, trabajamos en computadoras, nos comunicamos con celulares, nos divertimos con videojuegos, nos curamos con medicinas y nos matamos con armas que son producidas en los países desarrollados. De manera tal, que mientras el primer mundo se apoya en la Ciencia, nuestros miopes gobernantes hablan de apoyar a la Ciencia. ¡Que gran diferencia!
En los países que han desarrollado una ciencia moderna, la principal fuente de empleo para los investigadores no son precisamente las universidades, son las empresas, las cuales poseen su departamento científico encargado de mejorar los productos o servicios a través de innovaciones técnico-científicas, generan alternativas que no infrinjan patentes y hacen desarrollo tecnológico utilizando los recursos y posibilidades locales. Pero todo basado en una apuesta a largo plazo. Tal como lo señala Hans Bullinger presidente de la Sociedad Franunhofer en Alemania, quien en el peor momento de la crisis financiera contrató a 3.000 nuevos investigadores, “muchos países han tratado de imitarnos pero sus esfuerzos fracasan porque piensan a corto plazo”. Y esa es una de nuestras grandes dificultades, creemos que por contratar a un doctor a los dos meses ya vamos a tener una patente para explotar.
Y es que cuando los países con una visión del mundo compatible con la ciencia, poseen problemáticas de diferente índole en sus sistemas de salud, en la industria, en el agro, en su infraestructura, siempre acuden a la investigación; no en vano The New York Times, quizá el periódico más importante de los Estados Unidos, tiene una sección dedicada a la Ciencia y otra a la Tecnología, allí se socializan y se analizan con la opinión de varios científicos expertos o nobeles en el tema, los avances más representativos que se están dando en Harvard, en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en Stanford por citar solo unos ejemplos. De hecho, en muchos de esos avances participan científicos colombianos, un importante y triste producto de exportación que poseemos y no se cuantifica.
De manera tal que tenemos dos grupos de países, unos que promueven y se apoyan en el desarrollo científico, países que crean, venden, deciden, imponen e invaden, y otros países que hablan de apoyar a la ciencia, los cuales tienen deudas impagables, desempleo, éxodo y miseria. Ya lo había vaticinado el economista John Kenneth Galbraith: “Antiguamente, lo que distinguía al rico del pobre era la cantidad de dinero que tenían en el bolsillo; hoy los diferencia el tipo de ideas que tienen en la cabeza”.