Analistas

El campo y los universitarios

El aporte de los universitarios a la crisis del agro no son las marchas; me refiero al papel que deben jugar estudiantes, docentes e investigadores.

El único responsable no es el Gobierno, y no tiene sentido que la participación de quienes se dedican al estudio y producción de conocimiento en el país sea la misma que la de los campesinos dolientes. Ahora que pasó el momento de efervescencia y calor vale la pena reflexionar con calma para extraer lecciones y proponer roles para el futuro.
Para entender el problema tenemos que partir de una pregunta básica: ¿cómo se aborda el tema en las aulas? Hace poco me preguntaba un amigo, oficial de la Armada: ¿tenemos el mismo interés de conocer los rincones del país que el que ponemos en facilitar intercambios internacionales? ¿Con qué frecuencia nos desplazarnos a las zonas donde viven y trabajan nuestros campesinos, a fin de entender la relación que tienen con la tierra y el trabajo; sus dinámicas comunitarias y políticas; sus desarrollos empresariales, sus necesidades de infraestructura; los intereses y juegos de poder que se presentan entre actores locales y la manera como se ven afectados por las normas provenientes del ordenamiento nacional? 
Luego, vendría otra pregunta: ¿están incluidas estas materias en los currículos de programas profesionales de naturaleza técnica, tales como agronomía, economía, administración o ingeniería? ¿Se tiene en cuenta que un determinado avance tecnológico tiene consecuencias económicas, sociales y políticas? ¿O que un modelo de desarrollo social supone una relación de interdependencia con actores nacionales e internacionales que poseen mayores recursos económicos y tecnológicos? Hablando con otro amigo, geólogo, le preguntaba qué tanto se estudia en su carrera la realidad de las comunidades vecinas a los proyectos mineros; la respuesta fue un silencioso movimiento de cabeza, cargado de algo de contrición.
A veces queda la sensación de que, avanzado ya el siglo XXI e inmersos en la sociedad del conocimiento, todavía nuestros ejercicios académicos se agotan en lo ideológico; recriminaciones de parte y parte que se dedican más a señalar las debilidades de la postura contraria que a mostrar las posibilidades de éxito del propio modelo: que si las políticas neoliberales o populistas; que si la izquierda o la derecha. Nuestros estudiantes pasan por las aulas, semestre tras semestre, repitiendo teorías de autores ajenos, o uniéndose a las críticas de tantos pensadores latinoamericanos que insisten en denunciar la marginación de nuestros pueblos, sin proponer esquemas de innovación e inserción en una sociedad que hace mucho tiempo es global.
La mejor maestra para comprender la realidad social es la realidad misma; la constatación de la vida de las comunidades con su carga de pobrezas y riquezas. Cuando el profesor se sienta con sus estudiantes para discutir sobre lo que pasa en un escenario determinado, desde la observación sistémica y detallada, en ese momento los universitarios están en condiciones de proponer verdaderas opciones de innovación y competitividad para el sector agrario. Pero queda la sensación de que este tipo de investigaciones es exclusivo de áreas como antropología o sociología, sin que se dé la discusión interdisciplinar, que permita comprender las implicaciones tecnológicas, económicas y organizacionales de los fenómenos sociales. Ese es el insumo de políticas públicas viables y pertinentes, en las que los actores locales son protagonistas, no sólo víctimas.
Por eso el aporte de los universitarios no puede reducirse a la participación solidaria pero efímera de marchas que, si bien marcan un hito, quizá dejen una huella lánguida, que no se corresponde con el potencial y la responsabilidad social que cabe a quienes hemos tenido el privilegio de acceder a la universidad para aproximarnos al saber superior, al estudio de la verdadera acción pública.