Analistas

Es mejor hablar paja que echar bala

No se habían enfriado los cadáveres de las víctimas del horroroso ataque terrorista en París cuando varios parlamentarios del Centro Democrático se despacharon por Twitter en contra del gobierno Santos. 

La línea argumentativa era más o menos esta: si Santos fuera presidente de Francia enviaría a Humberto de la Calle y a Sergio Jaramillo a dialogar con los matones de Isis, les ofrecería impunidad y 40 curules en la Asamblea Nacional.

Supongo entonces que esas mismas personas aplaudirán la visceral declaración de guerra de Hollande a Isis, entendible por quienes se sienten ultrajados. Al fin y al cabo, siempre resulta reivindicativo para una potencia el envío de portaaviones y caza bombarderos para voltearle el mascadero a los igualados.

Sin embargo, un análisis con sangfroid les debería llevar a concluir que 14 años de guerra contra el terrorismo claramente no ha funcionado. Lo que empezó como una retaliación localizada en contra de Al-Qaeda acabó en una confrontación generalizada en todo el Medio Oriente. El problema ya no es Afganistán, sino además, Iraq, Siria, Turquía, Egipto, Túnez, Libia, Yemen, Nigeria, Sudán, Mali, Pakistán, Filipinas e Indonesia, para no hablar de la guerra fría ente Arabia Saudita e Irán.

Las causas de los conflictos actuales son extremadamente complejas y no se explican con simplificaciones del estilo “es culpa del Imperio”, “todo fue por la creación de Israel”, “es un problema religioso entre Suníes y Chiitas” o “es un tema de pobreza”. Quizás se explican por todas estas razones y algunas más.

Por esto, no parece lógico que más bombas logren solucionar el caos actual y, si bien es cierto que el escalamiento bélico en la región será inevitable en el corto plazo, no parece posible una solución de fondo que no pase por un proceso de diálogo multipartita.

En efecto, la pregunta no es si dialogar o no con terroristas, como lo plantean los escépticos de las conversaciones de paz en Colombia, sino cómo y cuándo hacerlo.

De hecho, los mismos franceses tienen una extensa experiencia en dialogar con terroristas. Recordemos, por ejemplo, la insurgencia de Argelia, donde prácticamente se inventó el terrorismo árabe.  El FLN, además de lacerar a la antigua colonia, llevó el terror a la capital francesa después de tumbar a la IV República. Y fue De Gaulle, quién juró mantener la Algérie française, el que primero inició negociaciones secretas con los insurgentes.

Lo mismo ocurrió con la OLP, el Al-Qaeda de los años 70, que se hizo famosa por secuestrar aviones y por poner bombas en colegios y hoteles. La transformación de su jefe, Yasser Arafat, de un monstruoso a líder mundial fue producto de una cadena de negociaciones que empezó con la Conferencia de Madrid en 1991 y culminó en el acuerdo de Camp David en el 2000, pasando por el otorgamiento del premio Nobel de Paz en 1994.

Para no hablar de Nelson Mandela, ícono del pacifismo mundial, cuyo confinamiento en Robben Island picando piedra durante casi 30 años, no fue precisamente por voltear la otra mejilla. Era el cabecilla del ANC, una organización clasificada como terrorista por los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña por poner bombas en iglesias y centros comerciales. Actualmente el ANC gobierna Sudáfrica, Nelson Mandela se ganó (también) el Nobel de Paz y se desmontó completamente el Apartheid.

Quienes abusan de las analogías históricas citando los acuerdos de Múnich, entre Hitler y Chamberlain, para cuestionar cualquier acuerdo de paz en ciernes, como el colombiano o la eventual negociación con otros grupos terroristas, incluyendo los Talibanes y quizás, más adelante, los sobrevivientes de Isis, deberían tener en cuenta la excepcionalidad extrema del nazismo.

Inclusive el mismo Churchill, quien es citado mucho en estas circunstancias (ya saben, el famoso “ahora tendremos la humillación y la guerra”), también dijo en una oportunidad: “it’s better to jaw, jaw than to war, war”. O dicho en colombiano, es mejor hablar paja que echar bala.