¿Fin de la guerra sin fin?
miércoles, 28 de mayo de 2014
Estamos en mitad de la recta final que conduce de la primera a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Es la hora de decisiones.
No es sorprendente que el tema fuerte de este tramo final sea el de la paz. En ello le va la vida a Colombia. Se arriesga a perder mucho o a ganar inmensamente.
El presidente Santos ha sentado los cimientos de su mensaje reeleccionista en la paz; pero el contrincante Zuluaga ha hecho lo propio, a su manera: al día siguiente de su triunfo en la primera vuelta convocó a una rueda de prensa para decir que suspendería las negociaciones si es elegido presidente durante ocho días, plazo durante el cual las Farc serán conminadas a aceptar o a rechazar las condiciones que él unilateralmente les plantea. Si las aceptan, habrá continuidad en las negociaciones; en caso contrario, proseguiría indefinidamente la guerra.
Las posiciones son diferentes y Colombia está llamada a escoger en dos semanas por una o por la otra.
La actitud del candidato Zuluaga luce, por decir lo menos, bisoña e ingenua. Pensar que las Farc van a aceptarle unilateralmente, así porque sí, las condiciones que él notifica, revelan la poca experiencia negociadora suya y la improvisación de sus propuestas. Un cese al fuego unilateral se le exige a las Farc. ¿Y si no lo aceptan?
Con razón se ha dicho que lo que propone Zuluaga es una manera eufemística de decir que lo tiene sin cuidado que el proceso en curso (pacientemente construido) vuele en mil pedazos.
Grave indicio de la poca preparación de quien por lanzarle un mensaje primario a la galería, es decir para hacer política con la paz, no tiene inconveniente en colgarle una piedra de molino al proceso. Que vaya usted a saber cuándo podría recatarse o rehacerse en el caso de que, Zuluaga electo, las Farc simplemente le dijeran NO.
El proceso de La Habana lo ha adelantado el gobierno Santos con gran responsabilidad. Sin apelar a la emocionalidad de la ciudadanía. Buscando lo pragmático sobre lo vistoso. Y recordando siempre que en estos procesos de paz no se puede negociar “solos”, sino con el enemigo.
En un libro que se publica la semana entrante, escrito en compañía de Andrés Bernal, demostramos, por ejemplo, cómo en el punto número uno de la agenda de La Habana, dedicado al tema agrario y al desarrollo rural, se procedió con gran responsabilidad, sin negociar nada bajo la mesa y sin comprometer la propiedad privada o el estado de derecho en lo que sería el posconflicto rural.
Y así por el estilo. Nunca había llegado tan lejos el Estado Colombiano en unas negociaciones de paz como en esta ocasión, donde tres de los cinco puntos acordados ya se han tramitado.
Qué lamentable sería perder este esfuerzo benedictino que se ha desplegado en casi año y medio de negociación en La Habana, por una improvisación evidentemente facilista como la que plantea el candidato Zuluaga. Acaso no volveríamos a tener una oportunidad como ésta en Colombia para concretar la paz en muchos años o décadas, si ahora se estropea.
La frase del presidente Santos en la noche de la primera vuelta quizás no fue una simple expresión de campaña, sino algo mucho más profundo: lo que habrá de escoger Colombia será entre el fin de la guerra o la guerra sin fin, dijo.