Analistas

La Federación y el posconflicto

Doña Ana Elsy Manjarrés recuperó las tierras que las Farc le arrebataron en 2002, siendo beneficiaria de una de las 1.056 sentencias que le han devuelto más de 94.000 hectáreas a 3.127 familias en el marco de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras.

La finquita de doña Elsy queda en Ataco, Tolima, y ahora con sus títulos en la mano doña Elsy se propone cultivar café, en un lugar del departamento que produce unos de los mejores cafés especiales del país y tal vez del mundo.

Esta misma historia se podría repetir en las veredas de decenas de municipios del Cauca, Nariño, Huila, Norte de Santander, Magdalena, Cesar, Putumayo y Caquetá, donde el cultivo del café no es el pasado, sino la esperanza del presente y la riqueza del futuro.

En la última década la geografía cafetera colombiana ha cambiado dramáticamente. Si bien lo que todos conocemos como eje cafetero sigue siendo importante en el cultivo del grano las nuevas zonas cafeteras están localizadas en la marginalidad agrícola, en lugares más renombrados por sus problemas de orden público, como Planadas, Sardinata, San Carlos, Algeciras, Caldono y Sumapaz, que por el aroma de café especial.

Pocos fuera del mundo cafetero saben, por ejemplo, que el principal municipio cafetero del país hace tiempo dejo de ser Pereira y hoy día es Pitalito en el Huila.

La Federación Nacional de Cafeteros ha jugado un papel esencial en el impulso de la nueva Colombia cafetera.  Si bien el desarrollo de las nuevas regiones tiene que ver principalmente con la disponibilidad de tierra barata en laderas alejadas y la posibilidad de mano de obra que se auto emplea, la Federación con su fortaleza institucional, diligencia técnica y legitimidad social ha servido para encausar la nueva caficultura.

Los nuevos cafeteros colombianos, antes poco más que proletariado agrícola, hoy día son orgullosos propietarios, con variedades renovadas y con producción de cafés especiales que triunfan recurrentemente en los más exigentes concursos de calidad en el exterior.

Según el informe al LXXX Congreso Cafetero de 2014, “la caficultura genera cerca de 785 mil ocupados directos, 26% del total del empleo agrícola, 3,5 veces mayor al empleo creado por los cultivos de arroz, maíz y papa juntos, y es 10 veces más grande de lo que generan los cultivos de palma africana y caucho combinados… cuatro veces el empleo del sector minero-energético y más de la mitad de los generados en la construcción”.

Y sigue, “la caficultura es un verdadero motor de desarrollo en la economía rural, toda vez que el valor de la cosecha que asciende a $5,2 billones se redistribuye como ingreso entre las más de 550 mil familias que habitan en 595 municipios”.

Resulta evidente que la caficultura será determinante en la etapa de posconflicto que se avecina y la Federación esta llamada a afianzar su rol como la ONG social más importante del país. 

Por esta razón en los ambiciosos programas del post conflicto, así como en el aforo de regalías, el gobierno nacional debería tener en cuenta a la Federación como su mejor aliado para la realizar las metas de buen gobierno. 

Los chalecos amarillos de los casi 1800 extensionistas que recorren el país cafetero llegan a donde ni siquiera llega el ejército. El suministro de bienes públicos en las zonas cafeteras, como vías, escuelas, electrificación y saneamiento básico lo ha realizado ejemplarmente la Federación durante décadas y ciertamente está en capacidad de hacerlo de manera más eficiente y transparente que los directorios políticos municipales y departamentales.

El mundo necesita más café. La OIC estima que para 2020 el mercado rondará por los 180 millones de sacos, con una demanda creciente por cafés de calidad. Nuestro país debe fijarse la meta de producir para esta época 20 millones de sacos que saldrán principalmente de la nuevas zonas cafeteras del posconflicto.

La Federación, de la mano del gobierno, debe hacer todo lo posible para esto sea realidad.