Analistas

La rentabilidad de los subsidios agricolas

Abraham Lincoln, expresidente de Estados Unidos, afirmó  “Si las ciudades desaparecen, el campo sobrevive, pero si el campo desaparece las ciudades no sobreviven”.

La razón es simple: en el campo se producen tanto los alimentos como la inmensa mayoría de las materias primas cuya manufactura dan empleo en las ciudades y generan impuestos varias veces superiores a los subsidios. La redistribución de estos impuestos, parte en subsidios, genera un círculo virtuoso de generación de empleo y de equilibrio en el bienestar social y económico entre el sector agrícola rural y el de servicios y manufactura en los centros urbanos. 
Por esta simple razón, los gobiernos de los países desarrollados dan tanta importancia a sus políticas agrícolas incluyendo los subsidios. Si no lo hacen por virtud, lo hacen por inteligentes, ya que si bien el campo por una u otra razón no es rentable, lo subsidian y recuperan estos apoyos multiplicados en varias veces su valor a través de los impuestos a las empresas que los transforman y comercializan en largas cadenas de productos.
Donde estaría la economía de Estados Unidos, de Europa, de China, si exportaran solo maíz, uvas o algodón en vez de vinos, malto dextrinas y confecciones, entre otros miles de productos. ¿o la de Japón si no tuviese esa gigantesca industria transformadora de valor agregado? Por su parte, los pases mal llamados “en vía de desarrollo” solo exportan en su gran mayoría materias primas vegetales o minerales a granel.
Colombia escogió el camino equivocado diseñado por la Cepal -Comisión de Estudios Económicos para América Latina- que recomendaba el autoabastecimiento y la sustitución de  importaciones vía altísimos impuestos aduaneros e inclusive su prohibición absoluta para algunos productos como medida de presión para la industrialización y desarrollo económico de los países.
Las desastrosas consecuencias de esta anacrónica política o de su mala aplicación es la razón de nuestro subdesarrollo. Nos preocupamos exclusivamente de sustituir las importaciones de bienes básicos de vestuario y elementos de hogar y alguna que otra industria pesada como la siderúrgica.
Descuidamos la producción de bienes con contenido tecnológico y se restringió, con altísimos aranceles, la importación de materias primas y la maquinaria para transformarlas.
Más grave aún no hubo ninguna política agraria y mucho menos la transformación agroindustrial. Además, hubo absurdos tales como la prohibición hasta 2002 a la exportación de café procesado, “bajo sanciones económicas y prisión hasta de seis años”. 
La consecuencia es que hoy Colombia importa millones de toneladas de alimentos tanto procesados como sin procesar, incluyendo el 80% del café que consumimos y se dice que hasta la “bandeja paisa” es importada. De otra parte, gracias a los  acuerdos comerciales y tratados de libre comercio - en medio de una gravísima revaluación- se van a la bancarrota miles de hectáreas de cultivos y desaparecen aquellas pocas industrias instaladas por las políticas de la Cepal.
En el entretanto, nos sentamos de nuevo con los delincuentes terroristas narcotraficantes y el primer tema de discusión - sin el menor asomo de pena por nuestra negligencia- es el mismo de siempre: El desarrollo agrícola y el bienestar rural. Por Dios!!!!!! El segundo tema es  igualmente otro de siempre: la participación en los destinos del país -en política- de quienes con la única experiencia de la violencia se sienten más capacitados para crear desarrollo económico. Como dicen los campesinos paisas  “Ave María!!!”.