Editorial

A nadie beneficia que Venezuela se incendie

<p>Con la ruptura del orden de la constitución, el colapso de la democracia es real, a nosotros lo único que nos corresponde es ayudar a solucionar</p>

Poco a poco la crisis de Venezuela toca fondo sin soluciones a la vista y sin posibilidades de echar reversa, luego de que la Corte Suprema, el máximo tribunal del vecino país, asumiera las funciones del Parlamento y retirara la inmunidad a los diputados elegidos por voto universal, un hecho que la fiscal general de corte gobiernista, Luisa Ortega, denunciara sorpresivamente que hay una “ruptura del orden constitucional” en su país. A los ojos internacionales, el gobierno de Nicolás Maduro llegó a una situación de no retorno al hacer evidente lo que todos sabían, pero sobre lo cual no había suficiente ilustración real de que fuera así, y es que el movimiento chavista instaló durante cerca de dos décadas una dictadura disfrazada de democracia en donde los militares todopoderosos manejan los hilos del poder, gozan de privilegios económicos, montaron un títere presidencial y mantienen un desabastecimiento controlado para poder tener un enemigo capitalista. Nadie cree en las cifras económicas que da el gobierno central, pero en las calles de las ciudades venezolanas se siente una hiperinflación que bordea 1.000% anual; el desempleo cabalga entre los jóvenes profesionales y se presenta una diáspora sin precedentes en América Latina. ¿Por qué el caso venezolano afecta a Colombia? Compartimos más de 2.200 kilómetros de una frontera porosa por donde entra y sale un universo comercial dominado por el contrabando; al mismo tiempo son mercados naturales complementarios, mientras Colombia es productor natural de bienes y servicios, especialmente agropecuarios, Venezuela es comprador nato al poseer una economía totalmente petrolizada dependiente de las divisas que genera poseer una de las primeras reservas de crudo del mundo. Al mismo tiempo, millones de colombianos se han radicado en el vecino país desde los años 70, y ahora estos, más sus nuevas generaciones, y otros venezolanos de nacimiento, han regresado en masa a las ciudades de frontera y el interior generando un problema que nunca antes había experimentado Colombia. Siempre los militares venezolanos han tenido en la situación de orden público colombiano al chivo expiatorio para culpar de su poca organización institucional, como fue el caso de la invasión de 60 militares comandados por un general hace unas semanas, con el objetivo de generar un conflicto militar y poder desviar la atención de sus problemas internos, causados especialmente por el fracaso de su modelo económico. A nadie beneficia que Venezuela cunda en el pánico o que se incendie, es ciertamente un país hermano al que debemos ayudar a salir de sus problemas, pero sin caer en la complacencia de un gobierno mediocre que no ha podido enderezar el modelo que diseñó el difunto Hugo Chávez, bajo un férreo control militar que desde todos los flancos es un fracaso.