Editorial

¿A qué se juega con los paros politizados?

El país político está golpeando de manera notable el desempeño económico, esa hipótesis se confirma con la ola de protestas

El país político está golpeando de manera notable el desempeño económico, esa hipótesis se confirma con la ola de protestas
El país político ideal es ese que se mueve en función de un bien superior, que está íntimamente ligado a la construcción del bienestar de todos los colombianos. Y en esa hoja de ruta, sus protagonistas buscan legítimamente acceder a los cargos que genera el Estado, para desde allí promover las políticas públicas que derramen desarrollo social. Pero en Colombia ese afán de roles poderosos en la Cámara de Representantes, en el Senado y en la Casa de Nariño, está más frenética que nunca por el momento electorero que vivimos. El próximo marzo serán las elecciones parlamentarias y en mayo las presidenciales y hoy mas que nunca se ve cómo los aspirantes a curules, embajadas o ministerios están haciendo todo lo que está a su alcance, para desestabilizar el camino trazado por la actual administración que seguramente estará al partidor para una eventual reelección.
El panorama de orden público nacional muestra claramente una perfecta combinación de fuerzas de lucha. Por un lado, se echan a andar inconformidades económicas producto del contexto internacional y se agitan a través de huelgas, paros y protestas con el fin de que el Gobierno apruebe subsidios económicos, genere reglamentaciones especiales y los promotores puedan hacer campaña a la Cámara o el Senado, y en últimas, maduren un candidato presidencial que enarbole sus banderas de cambio.
Los paros que hoy se cocinan y otros que están activos son claramente hojas de ruta políticas que le apuestan no solo a los subsidios, sino a que el mapa del Congreso cambie. El gran error no es tener ideas y promover políticas públicas de cualquier espectro ideológico, lo malo está en acudir a las vías de hecho, a la violencia, y a lo que es peor, a generarles trastornos a los demás colombianos. ¿Por qué cerrar carreteras? ¿Por qué asfixiar poblaciones? ¿Por qué aferrase a producciones agropecuarias obsoletas? ¿Por qué pedir subsidios sin importar el interés de los demás colombianos? Las respuestas pueden tornarse agresivas en muchas ocasiones, pero en otras verdaderas propuestas y en estos últimos casos se debe preguntar, entonces por qué no dar ideas en los escenarios más apropiados.
No se trata de evitar la crítica ni de estigmatizar la necesaria protesta social en un Gobierno que olvidó la micropolítica y tiene graves problemas al acercarse a la gente; de lo que se trata en este momento es de zanjar el terreno entre lo particular y lo general, y sobre todo, de denunciar la peligrosa combinación de fuerzas en el legitimo a la protesta y el reclamo a los gobernantes. Ojalá tuviéramos un Congreso activo que liderara los temas de las políticas de subsidios, el concepto de la seguridad alimentaria o las reservas campesinas. Si la Cámara y el Senado fueran ese escenario, estaríamos en otro estado de desarrollo.