Editorial

Abrir puentes comerciales con Venezuela

Siempre será necesario una comunicación de urgencia que medie durante los conflictos, los gobiernos de Colombia y Venezuela deben ser conscientes de su lazos aún en tiempo de crisis

LR

Diario La República · Abrir puentes comerciales con Venezuela

Las tensiones entre países son inevitables y deben ser manejadas por diplomáticos y gobernantes de acuerdo a los imperativos del tiempo, pero los causes económicos y comerciales siempre abren sus propios caminos, y por lo general, van en contravía.

Ni Colombia ni Venezuela, con sus presidentes de turno, pueden impedir que los habitantes de sus largas fronteras mantengan relaciones de oferta y demanda que marcan su cotidianidad, más allá de lo que digan los mandatarios tiránicos de Caracas y los demócratas de Bogotá.

Tradicionalmente, los pequeños productores colombianos del Caribe y los Santanderes les vendieron a los venezolanos de los estados Táchira, Mérida, Trujillo y Zulia, productos como carne, leche, huevos, café o artículos de limpieza, entre otros, que del otro lado de la frontera no se producían; entre tanto, de allá para acá, se traían carros, llantas, autopartes, plásticos, artículos de aseo, pañales, productos de farmacia, materias primas, etc.

Siempre ha sido así, en medio de buenas o malas relaciones entre los dos países, desconocer una frontera porosa de 2.219 kilómetros con centenares de puentes fronterizos es un anacronismo y una ingenuidad. El régimen bolivariano de Nicolás Maduro ha desangrado la economía de mercado, roto el modelo económico y disparado una diáspora de venezolanos por el mundo y Colombia es el país más afectado que ha tenido que legalizar a casi dos millones de vecinos con las cargas fiscales que esta acción humanitaria requiere en medio de una pandemia.

Es inevitable e innecesario impedir que millones de personas pasen por la frontera más larga del cono norte, peor aún, impedirles a personas que salgan a buscar productos y servicios al otro lado de su país. Alguna vez los colombianos fueron quienes por necesidades básicas insatisfechas o por mejorar calidad de vida fueron a Venezuela a vivir o a comprar cosas.

La historia cambió y la realidad ahora es muy dura para Venezuela y mucho mejor para Colombia. Lo que se vive a diario en la frontera es otra realidad muy distinta a la palabrería, a los improperios y ataques del Palacio de Miraflores. Los venezolanos necesitan venir al país como último recurso para rehacer sus vidas y el Gobierno Nacional ha dado un ejemplo histórico de solidaridad con la regularización de inmigrantes en territorio colombiano.

A esa realidad se suma ahora la iniciativa del gobernador de Norte de Santander, Silvano Serrano, de hacer una apertura comercial de la frontera en asocio con sus homólogos de Venezuela, de tal manera, que sean las personas necesitadas las que se beneficien del comercio y puedan satisfacer todas sus necesidades, al menos de momento. Las personas involucradas en el intercambio comercial deberán estar vacunadas y cumplir con todas las medidas de bioseguridad debido a la pandemia para poder transitar entre los dos países.

Seis años duró el cierre fronterizo, pero el intercambio comercial “formal” entre ambas naciones sigue paralizado, al igual que el flujo de vehículos y el paso de personas es limitado por los puntos de control migratorio, aunque masivo por vías irregulares.

Aún en tiempos de guerra los países mantienen líneas de comunicación para no descartar un avance de diálogo ni afectar a las personas civiles. Hasta las dos Coreas mantienen un intercambio comercial que supera los US$3.000 millones anuales; no podemos olvidar que Colombia y Venezuela llegaron a tener negocios por más de US$7.000 millones.

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