Editorial

Abusar de la palabra competitividad

Es cierto que las políticas públicas ayudan a aumentar la competitividad de un país, pero la raíz de este estribillo económico está en las personas

Editorial

Si se sacara una lista de las palabras más usadas en las presentaciones de Power Point o de Prezi de los funcionarios, altos ejecutivos, presidentes y gerentes de las empresas y corporaciones públicas y privadas, competitividad e innovación estarían en los primeros lugares. Las dos son una suerte de mantra que se repiten una y otra vez en todo tipo de conferencias, foros, eventos, charlas y sesiones de coaching para intentar que audiencias y públicos entiendan que compañías, personas, sociedades y países enteros deben pasar a otro nivel apuntándose desde la competitividad; que no es otra cosa que compararse con los mejores en determinados aspectos. Es algo a lo que el país le ha apostado con el inminente ingreso a la Organización para la Cooperación para el Desarrollo Económico (Ocde), un club de países muy competitivos que han encontrado en el libre mercado, la propiedad privada, la educación y la innovación, entre otras cosas, los elementos constitutivos de las fórmulas para alcanzar el desarrollo y el bienestar, pero más allá de palabras mágicas y de las presentaciones, ocurre que una cosa es decirlo y otra muy diferente hacerlo; y en este aspecto los colombianos -en particular los funcionarios- son buenos haciendo presentaciones, más no, poniéndolo en práctica. Mucha palabra y poca acción.

Entendible, pues la competitividad o la innovación de un país no se logra a través de un decreto, un acuerdo o una ordenanza; mucho menos haciendo que los responsables se paseen por el mundo en eventos de capacitación en donde se exponga o se enseñe “cómo ser competitivos e innovadores”. Las políticas públicas y los programas oficiales y privados ayudan, tales como el Consejo Privado para la Competitividad que elabora desde hace varios años unos indicadores locales bien estructurados, pero que no logra avances importantes. Una cosa es diagnosticar y otra muy distinta ejecutar. De nada vale que le hagamos seguimiento a cómo vamos en salud, educación, infraestructura, gobiernos, impuestos, etc. si los comprometidos en el servicio no cambian su actitud frente a la competitividad. Hay sociedades e individuos con un ADN competitivo e innovador. De nada vale tener un buen aeropuerto como Eldorado o el de Santa Marta, remodelados y modernizados recientemente -en términos de acero, pintura y cemento- si las personas alojadas en su interior, quienes deben prestar sus servicios de cara a los usuarios no son nada competitivos por simple buena actitud. Es cierto que lo que no se mide no progresa, pero hay que cambiar de actitud y enfrentar el reto superior de cambiar la forma de hacer las cosas de cara al país.

Nuevamente, el ranking de competitividad global del IMD World Competitiveness Center mostró un descenso en el desempeño de Colombia frente a los registros de 2017, pasó del puesto 54 al 58 de un total de 63 países, principalmente, por su mal desempeño en la categoría que mide el sistema tributario. Si se compara con los países de América, entre los que se encuentran Estados Unidos, Canadá, Chile, México, Perú, Argentina, Brasil y Venezuela, Colombia se ubicó séptima, superando únicamente a Brasil y Venezuela, en las casillas 60 y 63, respectivamente. Todo se trata de romper con el círculo vicioso: no somos competitivos por las malas políticas públicas ejecutadas, porque hay funcionarios mediocres, producto de que el asunto de la competitividad no está en las personas.

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