Editorial

Adiós a la gente, vacas y cultivos de los páramos

<p>Sacar la gente, los cultivos y el ganado de los páramos para poder garantizar “fábricas de agua” es una acción poco popular pero necesaria</p><p>&nbsp;</p>

El Túnel de La Línea bien puede ser la frustración más grande de más de dos docenas de ministros de Obras Públicas, o ahora Transporte, de la historia colombiana. Lo mismo podemos decir de la mayor frustración de los ministros de Ambiente y la reglamentación de usos y habitabilidad de los páramos, esos bosques de niebla que solo existen en la Cordillera de los Andes a más de 2.600 metros sobre el nivel del mar y que son las verdaderas fábricas de agua de las grandes ciudades colombianas.

El litigio entre multinacionales mineras y las autoridades locales, regionales y nacionales de conservación y protección ambiental, en el páramo de Santurbán en Santander, trajo a valor presente los descuidados páramos andinos que superan el medio centenar y que poco a poco han sido destruidos por la ampliación de la frontera agrícola. Hoy hay más gente, vacas y cultivos que fauna y flora originaria de esos valiosos sistemas hídricos donde emergen los principales ríos y miles de quebradas y arrollo que han sido capturados desde sus nacederos por acueductos privados de haciendas de producción agropecuaria, fincas de recreo, veredas de campesinos y toda una suerte de negocios de explotación turística.

El ministerio del Ambiente, en cabeza de Luis Gilberto Murillo, ha avanzado tímidamente en la reglamentación del uso de algunos páramos, pues cada una de esas regiones tiene sus propias especificaciones, pues la mano del hombre los ha transformado desde hace varias décadas y no se puede dictar normas de carácter juridisprudencial porque cada páramo es diferente. No obstante, se ha quedado corto en avanzar en las normas eficaces que deben aplicar por las autoridades en términos de prohibir los cultivos de papa, especialmente; la crianza de ganado y la construcción se asentamientos humanos en zonas protegidas por ser reservas de agua de la inmensa mayoría de los colombianos.

Está comprobado por estudios científicos en varias universidades que las vacas son los seres vivos mayores productores de metano, un gas que conserva 20 veces más calor que el dióxido de carbono, que otrora era considerado principal gas de efecto invernadero. Y si a esto se le suma la destrucción de la flora y la fauna nativa por parte de los campesinos que cocinan con leña y hacen caminos y trochas para sus vehículos, el panorama no es nada bueno para las próximas generaciones en términos de desarrollo sostenible. Suena muy duro o complicado, pero el país para ser verdaderamente sostenible debe enfrentarse a reubicar a casi medio millón de colombianos que viven en zonas de páramos con sus ganados y cultivos, a otros lugares para poder garantizar el suministro de agua a las ciudades. Algunos países del vecindario como Perú y Ecuador están caminando en este sentido y nosotros no podemos aplazar más estas decisiones a simple vista impopulares.