Editorial

Cese al fuego, un piloto para medir la paz

¿Serán capaces los comandantes de parar las barberie de sus guerrilleros y así demostrar unidad de mando?

¿Serán capaces los comandantes de parar las barberie de sus guerrilleros y así demostrar unidad de mando?

La pregunta que todos los colombianos se hacen por estos días es cómo cambiarán sus vidas cotidianas cuando el Gobierno Nacional logre firmar un tratado de paz duradero con los guerrilleros de las Farc. Las respuestas son muy diversas y varían de acuerdo al lugar en donde viven las personas. Un habitante de Toribío, Jambaló o Totoró en el oriente del Cauca, festejará a rabiar cuando esto suceda, pero para un comprador habitual de un centro comercial al norte de Bogotá, al sur de Cali o en El Poblado en Medellín, las cosas poco o nada cambiarán. Que el conflicto que vive Colombia desde hace un poco menos de seis décadas se siente más en 4% del territorio, es cierto, pero su impacto en el ánimo del 96% restante es total.

No nos llamemos a engaños, la paz es una meta que debemos lograr todos los colombianos, así el impacto de la guerra interna no nos toque de frente. Vivir capturados por el miedo no es vida y mirar cómo gran parte del presupuesto nacional se destina al conflicto no es justo para con las nuevas generaciones. La guerra debe llegar a su fin y el Presidente ha empezado a labrar ese camino teniendo en cuenta las frustraciones que hemos tenido a lo largo de estos casi 60 años. El cese unilateral del fuego es un avance muy importante que nadie puede desconocer y que redundará en beneficio del clima social, un elemento sustancial en las inversiones y en los negocios.

Este tiempo de silencio en el accionar guerrillero, desde el 20 de noviembre hasta el 20 de enero, es una prueba piloto de lo que puede ocurrir si los diálogos avanzan o prosperan en el tiempo. Las Fuerzas Militares no deben parar en su tarea constitucional de perseguir a los insurgentes que atemorizan algunas poblaciones de la geografía nacional, secuestran, asesinan y trafican con droga. Pero lo que verdaderamente está en juego es la capacidad de los comandantes guerrilleros de mandar en sus filas y de tener una línea de mando unificada. Hay muchas escaramuzas en el sur del país que evidencian la distancia entre los guerrilleros que operan como tropa y sus comandantes en La Habana.

Los atentados en contra de la infraestructura deben parar, no solo porque los comandantes guerrilleros lo ordenen a sus subalternos, sino porque las Fuerzas Militares han neutralizado estas operaciones. Obviamente, en este río revuelto que puede ser este cese al fuego unilateral se pondrá en evidencia también la fuerza de las bandas criminales, de la ultraderecha clandestina, de los reductos paramilitares y de los mismos guerrilleros enemigos de una salida pacífica al conflicto que nos desangra. El remate del año y el comienzo del otro es un tiempo de esperanza que se debe fructificar.