Editorial

Del amor al desprecio por los carros

Cada vez en más ciudades referentes se pasa del amor al odio por los carros, no solo la conciencia ambiental juega contra los motores

Editorial

Hace un par de años durante la Feria de Automóviles de Tokio, los emblemáticos productores de todo el mundo hicieron una observación que está marcando el destino de una de las industrias más importantes de la modernidad: por primera vez en la historia, los jóvenes que llegaban a la mayoría de edad no quieren tener un vehículo.

El carro, que venía siendo un símbolo de progreso económico, de juventud y sobre todo, de comodidad, poco a poco ha ido perdiendo todas esos valores que lo ponían como el primer artículo de anhelo y de deseo que ha marcado todas las generaciones cuando se puso en marcha del histórico modelo T de Ford en 1908. Desde los antecesores de los Baby Boomers, pasando por los nacidos en la Generación X, comprar un carro era más que un logro económico, era una manera de alcanzar otras metas materiales. Pero los tiempos cambiaron y el mundo se llenó de carros -cada año se venden alrededor de 90,6 millones- ingresaron nuevas marcas al mercado, emergieron China, Corea del Sur e India como grandes productores de sueños motorizados en todos los rincones del mundo, y lo que era un lujo, una necesidad, un símbolo de progreso se convirtió en un artículo simple, no aspiracional, sin los valores que la industria habían impreso con calidad hasta finales de los años 90. Los vehículos se desprendieron de todos los valores que los hacían bienes preciados y se convirtieron en un producto-servicio sin mayor exclusividad. Mientras esto ocurría, las olas de ambientalistas señalaban a los carros como culpables de la contaminación y de la distorsión arquitectónica de las urbes que se desarrollaban en torno a ellos: garajes, parqueaderos, estaciones de servicio, talleres, semáforos, autopistas, entre otras obras de infraestructura que hicieron del vehículo una suerte de majestad en torno a la cual se desarrollan las ciudades.

También la demanda insaciable de combustibles les ha hecho ganar muchos detractores: los responsabilizan del fracking, de la búsqueda de petróleo en parques nacionales, en selvas y de toda la destrucción de la naturaleza; todo eso se confabuló en contra de los carros. A esta desmotivación se suma el valor por el tiempo que se pierde en trancones, atascos o tacos que han reinvindicado los sistemas de transporte masivo como medio de movilidad eficiente. Así como llegan se van las modas y tendencias sociales y el creciente desprecio por los carros no será la excepción, solo que el resultado final será un uso racional, complementario, un artículo no esencial, pero indispensable con otras condiciones.

Siempre se dice que en Colombia vivimos a la penúltima moda y toda esa tendencia hace que las ventas de carros caigan sin lograr vender 300.000 unidades anuales; razones como la situación económica puede explicarlo, también la falta de vías, la escasez de parqueaderos y la indiscutible moda de movilizarse en transporte masivo (donde funciona), motos y bicicletas. Los hábitos de consumo obligan a los empresarios e inversionistas a actualizar sus productos y servicios y el sector automotriz no es ajeno a esta situación. No se puede olvidar que en la pirámide de movilidad primero está el peatón, el ciclista, seguido por los sistemas de transporte masivo y cerrando los automovilistas; esa estructura se exporta desde Europa y Asia y obliga a que las ventas de carros sufran obligando a crear una disrupción que no ha llegado a los carros desde comienzos del siglo XX.

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