Editorial

Economía colaborativa, debate pendiente

Los dos términos: economía colaborativa, en sí mismos, entrañan una contradicción que dará de qué hablar a los académicos

Editorial

El hecho económico empresarial -a pocos años de cerrar la segunda década de los años 2000- tiene que ver con la llamada economía colaborativa; que dicho así de manera escueta, no comunica nada especial ni estructural, pero cuando se pragmatiza y se menciona que hay otras maneras de solucionar las necesidades básicas en términos de Maslow, encontramos que uno puede conseguir ropa gratis intercambiándola a través de aplicaciones como ThredUP. Puede ir de un lugar a otro sin usar los sistemas de transporte tradicionales en vehículos compartidos a través de Zipcar, SideCar, Lyft, Bluemove, Getaround y, por supuesto, Uber. También hay otras maneras de conseguir dinero prestado sin tener que ir a los bancos, por ejemplo en LendingClub; dónde pasar una o varias noches sin ir a los hoteles en Hipmunk o Airbnb. Incluso, ya hay trueque de comida en un lugar de la economía digital llamado Shareyourmeal u otro conocido como Compartoplato. Y lo más popular entre los empresarios: hay maneras de hacer crowdfunding o buscar padrinos para los emprendimientos en KickStarter o Verkami. De eso estamos hablando, de avenidas circunvalares o alternativas que bordean la economía tradicional y solucionan problemas complejos que hasta ahora habían sostenido todas las relaciones comerciales o financieras.

Sin llegar a convertirse en un profeta o apóstol de la economía colaborativa hay maneras disruptivas que están pintando el mundo futuro basado en el internet economy, la puerta de entrada a la cuarta revolución industrial que está poniendo terreno de por medio a las maneras tradicionales de hacer empresa y consumir. ¿Se imagina un mundo en donde se comparta, en lugar de tratar de poseerlo todo? Tal vez es volver a la época del trueque, y la nueva era debiera llamarse Trueque 2.0, una verdadera revolución aupada por las nuevas tecnologías. A esta nueva realidad ya le han echado cifras potenciales para los próximos 10 años, el Instituto Tecnológico de Massachusetts habla de US$110.000 millones, la revista Forbes es más conservadora y cuantifica la dinámica anual en US$3.500 millones. El punto aquí es reflexionar si hablamos de nuevos negocios o una manera de solucionar necesidades sin pasar por los negocios. Parece un juego de palabras, pero no es así.

En el libro Lo tuyo es mío de Tom Slee se plantea que colaborar es una interacción social de carácter no comercial entre un productor y un consumidor, sugiere que muchas de las nuevas transacciones en la era digital no estarán mediadas por el dinero sino por la “colaboración” y eso no es negocio, pues nadie lo hace por plata, su antónimo es “negociar” y allí sí hay una intencionalidad de lucro. La tendencia lo que pone en tela de juicio es que la afirmación de que no hay almuerzo gratis está caducada o quizá “no hay almuerzo a cambio de nada”.

En la génesis y el desarrollo de soluciones como Airbnb, hay alguna explicación al dilema de la economía colaborativa: cuando comenzó todo consistía en prestar un sofá en su apartamento a cambio de un favor similar en el futuro, solo para miembros de una comunidad, pero ahora nadie presta el sofá de manera gratuita, todo está intermediado por dinero y con un claro apetito de precios. En conclusión, es un debate que aún está abierto y que la llamada sharing economy está en plena ebullición mientras las empresas pioneras o las comunidades colaborativas encuentran cómo hacer dinero en un modelo que rechaza el dinero tradicional. Hay algo en plena construcción en el mercado que no sabemos, por ahora, dónde irá a parar ni cómo va a acabar.