Editorial

El carbón, una exportación dura de matar

El mundo ha intentado matar el consumo del mineral por su alta contaminación, pero la demanda de energía barata, en medio de la crisis de Ucrania, posterga su fecha de vencimiento

Editorial

El actual consumo mundial de carbón ha sido el mejor de la historia reciente. De unas 8.000 millones de toneladas anuales, cifra que ya era alta, este año y el otro podría subir a 8.500, algunos creen que puede incluso llegar a 9.000 millones cuando las sanciones a Rusia se hagan efectivas y Europa no pueda pagar el alto precio del gas y el petróleo. El eterno y vilipendiado negro mineral, perseguido por las nuevas tendencias ecológicas más limpias y de muy bajas huellas de carbono, como el sol, el viento y el agua, tiene más vidas que un gato, tal como reza el adagio popular. Desde finales de los años 90, las corrientes sostenibles, ambientales y verdes vieron en el carbón el Florero de Llorente para declararlo un botín de victoria temprana que debería mostrarse en el mercado que lucha contra el calentamiento global; con muchas argumentaciones bien fundamentadas, desde el punto de vista científico por innegable daño al medio ambiente, pero dejando de lado un principio económico muy básico que mueve las economías que reza que cada oferta crea su propia demanda.

El carbón nunca ha salido del mercado, hay países que lo usan y otros que lo venden a buenos precios; la tonelada del mineral pasó de menos de US$50 a comienzos del siglo XXI a US$250, incluso hay ventas a futuros que bordean US$270, ante el alargue del conflicto bélico que compromete a dos grandes productores de gas, petróleo y algo de carbón: Rusia y Ucrania. Al carbón lo han matado mil veces y mil veces ha resucitado como salvación de una situación crítica. Hace pocas semanas, Bloomberg daba cuenta de que “durante la segunda semana de la guerra en Ucrania las plantas en Europa quemaron 51% más de carbón que un año atrás, situación que coincidió con la caída en la demanda de gas. Los países están comprando carbón para mantener los inventarios y garantizar el abastecimiento pensando en el recrudecimiento de las sanciones y el conflicto”.

En Colombia, uno de los grandes productores y exportadores de carbón: Cerrejón, la gran mina a cielo abierto en La Guajira, incrementó su producción casi 90%, alcanzando 24 millones de toneladas, comparadas con las 12 millones de 2020, cuando todo se paró por la pandemia. Bien se podría plantear que el carbón si es la primera fuente energética que va a desaparecer por causante del calentamiento global y que sus enemigos siempre han sido los mismo productores de energías alternativas, especialmente el gas que se ha erigido como el productos rey de la transición energética, pero la caballería vendrá cuando las verdaderas renovables hayan aterrizado en los mercados de los grandes consumidores.

Aún es prematuro decir cuando partirá de los puertos del caribe colombianos el último container cargado de carbón, lo único cierto es que esa fecha cada dos años se posterga otro lustro, dada la situación de altos precios de los combustibles y de belicosidad que recorre a los países consumidores de inviernos largos e industrias amenazadas. Es como si la naturaleza le quisiera dar una segunda, tercera y cuarta oportunidad al sector carbonero local para que aumente su competitividad, aumente sus exportaciones, aproveche los altos precios, todo esto sin dejar perder de vista la obligada reconversión en un sector que ineludiblemente va a cambiar, pero no ya.

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