Editorial

El gran problema es el narcotráfico

Gráfico LR

El Gobierno actual y el que gane las elecciones de mayo próximo deben entender que el verdadero enemigo es la cadena del narcotráfico que condena al país a la violencia

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Diario La República · El gran problema es el narcotráfico

No se debe ser tan miope y no ver las posibilidades que está brindando Estados Unidos en este momento: poder aliarse con las fuerzas armadas más poderosas del mundo en pos de la erradicación de la cadena del narcotráfico que ha esclavizado al país desde los años 70 y que ha crecido al punto de controlar regiones enteras con todos sus actores sociales.

Si el Gobierno Nacional tuviese la audacia diplomática de dialogar, construir y aliarse con Donald Trump para destruir -de una vez por todas- a todos los carteles de la cocaína que azotan a Colombia, la verdadera paz total llegaría; los grupos residuales de las Farc, no tendrían la financiación de los traficantes; el lavado de activos, transformado en contrabando, no sería un hueco en la Dian; los políticos de doble chequera no accederían a los poderes públicos de gran influencia; la economía sería más real, menos inflada por dineros subterráneos, e incluso, el costo de vida, las propiedades, toda esa economía artificial que domina en algunos pueblos y ciudades se desinflaría.

Pero eso no va a pasar porque el actual Gobierno Nacional ve en el despliegue estadounidense sobre el Caribe una afrenta a la soberanía de Venezuela y no una alternativa para que Colombia se sacuda de la cadena del narcotráfico, que va desde el cultivador de la hoja de coca, pasando por el financiador de ese cultivo, el dueño del laboratorio clandestino, el transportador marítimo, terrestre y aéreo; hasta llegar a calles, bares, discotecas y todas las actividades de entretenimiento y socialización que la cocaína ha conquistado en todos los países del mundo.

Lo que hoy brinda EE.UU. es una nueva fórmula de pacificar las zonas más violentas del país, esas en donde secuestran militares, sobreviven entre armas y extorsión, asesinan a soldados y policías, y a las que el Estado colombiano nunca llegó y nunca llegará en las actuales condiciones.

Lo que no se ve desde Bogotá ni desde el Gobierno Nacional, es que día a día se construye entre la provincia de Esmeraldas en Ecuador, hasta Buenaventura, en el Valle del Cauca en Colombia, y más allá, un nuevo país del narcotráfico sin Dios y sin ley, de cara al Océano Pacífico, al que ni Quito ni Bogotá le ponen atención y mucho menos entienden; solo las fuerzas militares de un país como EE.UU. está en capacidad de controlar las aguas internacionales de esas zonas y desde allí pacificar unas regiones capturadas por los narcotraficantes binacionales.

Es el momento, para que dos gobiernos sensatos de Ecuador y Colombia construyan una suerte de Plan Colombia 2.0 remasterizado, que recupere soberanías perdidas, instale los Estados, ataque contundentemente a los narcotraficantes desde la raíz de la producción y persiga la trazabilidad del dinero generado por las más de 300.000 hectáreas de hoja de coca entre los dos países.

Que EE.UU. haya descertificado a Colombia en el manejo del narcotráfico es una oportunidad de oro para verdaderamente atacar el flagelo nacional que como un cáncer es transversal a todos los problemas colombianos.

Seguro un año es muy poco tiempo para convencer a una administración saliente, pero lo que hoy ocurre en la costa Caribe venezolana y la intención del gobierno ecuatoriano en pos de atacar al narcotráfico, es un caldo de cultivo que el nuevo Presidente de Colombia pueda liderar, pero para eso debe llegar a ese cargo un líder idóneo que piense más en la oportunidad que genera el problema actual.

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