El miedo de las startups a la bolsa
jueves, 19 de octubre de 2017
Las grandes nuevas ideas que se hacen empresa deben tener en la Bolsa de Valores un punto de llegada como etapa en su camino para consolidarse
Editorial
El mundo empresarial está lleno de rankings o listados que permiten a inversionistas y consumidores conocer la posición de las empresas en el mercado, bien sea por ventas, utilidades, valor de marca, responsabilidad social y sostenibilidad, entre algunas de las formas de evaluarlas, o analizar su comportamiento. Pero hay un filtro determinante entre las grandes empresas globales o multilatinas, que tiene que ver con la bursatilidad, es decir, qué tanto se mueve la acción de una empresa inscrita en una bolsa de valores.
Es un hecho indiscutible que la salud económica de un país se mide en el comportamiento de los índices bursátiles y que cuanto más desarrollado sea el mercado secundario, más sana y democrática será la economía. Estados Unidos, Alemania o Japón son tres ejemplos de grandes economías con bolsas de valores determinantes en sus entornos; en la región México, Brasil y Chile merecen mencionarse como emergentes. El punto tiene que ver con un par de preguntas: por qué los nuevos emprendimientos o startup no le creen a la bolsa de valores local; por qué estas nuevas empresas huyen a la supervisión y a la financiación tradicional.
Se conoce como startup a las creaciones empresariales, no necesariamente tecnológicas, que tienen un modelo de negocio escalable y muestran que el mercado las acepta de manera disruptiva. No todas las startups tienen componentes tecnológicos o deben estar en el mundo de internet; tienen en común con cualquier idea de negocio, e ideas en el sector real, las necesidades de capital o plata para trabajar y que tienen el potencial para llegar a ser grandes. Son ideas empresariales novedosas que para crecer, en el mediano y largo plazo, necesitan mucho capital. Lo curioso en el caso colombiano es que no utilizan fuentes de financiación tradicionales, como pueden ser créditos de bancos, y por lo general siempre recurren a los “friends, family and fools”, FFF; posteriormente acuden a los modelos Venture Capital o Private Equity, mediante los que consiguen socios capitalistas que muerden una buena parte del emprendimiento. Muchas de esos negocios nacientes no se desarrollan y el capital de riesgo también se desvanece.
Quizá por esto no acuden a la bolsa ni consideran las opciones tradicionales para financiarse.
En el mercado local, gremios como la Andi han incentivado a los emprendedores digitales a conocer las mieles de la asociatividad empresarial y hoy hay un listado de cientos de empresas nuevas (por lo general dirigidas por jóvenes) que utilizan al gremio para conocer de cerca las bondades de la formalidad, tanto impositiva, como de vigilancia. Falta que la Bolsa de Valores de Colombia estructure un ambicioso plan para hacer que las startups colombianas piensen en el mercado bursátil nacional para dar un salto en su financiación.
Empresas ya emblemáticas de emprendedores digitales como Rappi, 1Doc3 o Tappsi deben tener la posibilidad de crecer en nuestra bolsa, de lo contrario el centro bursátil seguirá con los mismos y las mismas que hace dos décadas, sin atraer más compañías novedosas que lleven sus propios inversionistas. Si miramos las bolsas más influyentes sus índices se han renovado con empresas digitales y los nombres han ido cambiado al mismo ritmo que las mismas revoluciones industriales. Sería estupendo que las startups le perdieran el miedo a la bolsa y la bolsa buscara cómo atraerlas.