El problema de una ruralidad sin jóvenes
jueves, 17 de octubre de 2024
Según el Dane los campesinos tienen entre 41 y 64 años, hay departamentos en los que la edad promedio supera los 57, lo que significa que en una década no habrá mano de obra en el campo
Editorial
¡En el campo hay escasez de jóvenes! Hace un par de años, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística, Dane, lanzó el primer S.O.S.: los campesinos tienen, en su mayoría, edades mayores a 41 años. Esto significa que en 10 años no tendremos quién siembre comida en Colombia.
¿Qué está pasando entonces en Colombia con las nuevas generaciones de agricultores? En primer lugar, estudios revelan que el total de jóvenes entre los 14 y 18 años ascendió a 12 millones; de esta cantidad, cerca de 22% son jóvenes rurales, que en su mayoría no encuentran en el campo oportunidades para desarrollarse y crecer.
Las empresas agroalimentarias están enfrentando verdaderos problemas para encontrar la manera de fidelizar y atraer a los jóvenes. ¡Es una segunda alarma! De los 12,5 millones de jóvenes que hay en Colombia, solo una cuarta parte vive en el campo y ese porcentaje ha venido bajando de manera acelerada. En el campo hay mucha demanda de mano de obra, pero los costos no dan, no hay formación académica y los que quedan están inmigrando a países de la Unión Europea a trabajar en las mismas cosas que acá pudieran hacer, no obstante, las condiciones salariales, educativas, de seguridad y prestaciones sociales, no son competitivas.
En Antioquia, Suroccidente, Eje Cafetero y el Tolima Grande hay un tema muy acentuado de gran preocupación por la mano de obra rural. Exportar campesinos a España o Chile para que se ganen la vida en labores del campo viene creciendo al mismo ritmo que las importaciones de productos tan básicos como una naranja, duraznos o manzanas. Es un secreto a voces que los jóvenes de entre 15 y 25 años ya no quieren irse para las grandes ciudades colombianas a ser conductores de plataformas de movilidad, dependientes en un centro comercial o trabajar de obreros de la construcción, ahora el sueño es irse para Estados Unidos o España para dedicarse a trabajos muy básicos vinculados al agro o a la economía del cuidado.
Hoy el campo y la ruralidad no ofrecen alternativa de progreso sólido para que los jóvenes puedan ganarse la vida con dignidad. En las llamadas zonas rojas de orden público (Cauca, Catatumbo, Urabá), los jóvenes que engrosan las filas de las guerrillas y el narcotráfico lo hacen porque no hay alternativas económicas formales; narcos y guerrilleros son sus modelos de vida o al menos quienes les garantizan una moto, un celular y una pistola para hacer dinero. Los municipios, los departamentos y el Gobierno Nacional no han visto cómo el campo está drenando los jóvenes por tres caminos: delincuencia e inmigración interna y externa.
No hay quién trabaje en cultivos, ganadería, obra pública, comercio y turismo en empresas que le han apostado a construir país desde el campo. Es una crisis sin padrinos que la visibilicen para agenciar soluciones estructurales.
No se puede culpar a los jóvenes rurales porque se van para las ciudades, el exterior o la delincuencia, los verdaderos responsables son los gobernantes mediocres a quienes no les importa que en una década se empiece a hablar de la Colombia despoblada, sin niños y sin el necesario relevo generacional para producir comida. Las pésimas infraestructuras y la inseguridad son las razones por las cuales la gente quiere irse.