Editorial

El problema no son las redes, es la corrupción

El caso del funcionario corrupto de la Dian y su hija influencer, ha distorsionado el problema en sí, que no es el consumo conspicuo ni sus extravagancias, es el saqueo al Estado

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Poco a poco se conocen más detalles de la red de corrupción en la aduana de Buenaventura, que la dirección de la Dian ha venido destapando, pero queda el sinsabor ante la opinión pública que pesan más las publicaciones en redes sociales de las extravagancias y el consumo conspicuo desaforado de los protagonistas, que el saqueo mismo de las arcas públicas. No hay proporcionalidad en las reacciones de los medios de comunicación (incluyendo a las redes sociales) frente a los hechos, situación que ha llevado a trivializar o a “memetizar” las cosas.

Lo normal debe ser que se indague más por las condenas a los funcionarios corruptos; por los montos robados al Estado; por la dimensión de la red descubierta; y lo que no es menor: por saber si este es un modus operandi tradicional que es cultural en una institución ancestral como son las aduanas, que dicho sea de paso hacen parte de la Dirección Nacional de Impuestos y Aduanas, entidad reformada muchas veces para curar en salud estas prácticas.

Bien valdría la pena volver a pensar si no es el momento de dividir los impuestos por un lado, y las aduanas por otro, tal como funciona en otros países similares al nuestro. Quizá sea el momento de confeccionar una dirección de impuestos más moderna, sin tantas rémoras; muy digital que haga uso de la inteligencia artificial, que se base en la factura electrónica y que dé vía libre a otra dirección de aduanas que sea mucho más policial, que pueda atacar el contrabando y sea una entidad aliada de los importadores y exportadores. En otros países de la región, el cobro de impuestos y la función aduanera no están juntas y facilitan las políticas públicas en ambos sentidos. Ahora que la modernización de la Dian está en boca de todos, bien se podría analizar esta sana separación que ayudaría a sanear más la corrupción.

La enseñanza que nos deja hasta ahora la trama de Jenny Ambuila, hija del funcionario de aduanas, Ómar Ambuila, es muy oportuna. Lo primero que está más extendida la preocupación por el uso de las redes para mostrar ante los seguidores las extravagancias y el consumo conspicuo, que el rechazo frontal a los corruptos. Más cubrimiento y rechazo ha tenido la persona protagonista en sí misma, con sus compras suntuosas, que el historial de un funcionario como pieza de una red de corrupción descubierta por la nueva administración de la Dian. Mucho se puede temer que si la joven Ambuila no hubiese publicado sus extravagancias, tal como le había advertido su delincuente padre, las cosas hubiesen pasado desapercibidas.

Hay que avanzar en una cruzada nacional para rechazar a todos los funcionarios corruptos que han hecho de las arcas nacionales su fortín. Es el momento de escarmentar con quienes se descubre robando los escasos dineros públicos, pues los colombianos no pueden seguir pagando impuestos para que unos muy pocos inescrupulosos se los roben para aparentar en la vida real y virtual. Por situaciones como esta -funcionarios corruptos que se enriquecen con el erario público- es que está extendida la justificación popular que reza: “no pago impuestos porque se los roban”; este es el verdadero problema al que se enfrenta el país, que el delito de unos pocos se vuelva un dogma de fe, un comportamiento usual, o lo peor de todo, se trivialice y convierta en un chiste social.

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