Editorial

¿Es un verdadero triunfo tumbar a un ministro?

Las mociones de censura son un herramienta constitucional de control político que aún no ha surtido efecto en el país desde que se instauró, lo que demuestra su ineficacia

Editorial

En un momento de agitación política y social como el que atraviesa Colombia promover la moción de censura contra un ministro del gabinete u otro funcionario de segundo nivel, ha estado en el orden del día durante este Gobierno más que en otras administraciones a menos de 500 días de mandato. Está claro que es un procedimiento constitucional del Legislativo mediante el cual puede exigir la separación del cargo de funcionarios del Ejecutivo, previo debate en el Congreso. Es una suerte de herramienta de control político legitimada por la Constitución de 1991 y consagrada en el Reglamento del Congreso en su Artículo 15, numeral 9º. Dicho sea de paso, nunca ha prosperado por las asimetrías políticas y por la conformación misma de Congreso, en donde el Ejecutivo sigue contando con aliados de peso que defienden el orden institucional en un régimen presidencialista como el colombiano. En la práctica, la verdadera moción de censura reside en el poder del Presidente de la República que debe anticipar estas situaciones y que debe hacer uso de las rendiciones de cuentas para reacomodar su gabinete, pero no por presiones externas de la oposición que buscan afanosamente llevar al país a una espiral de caos en la que todos pierdan. Para aprobar una moción se necesita la mayoría más uno de los integrantes del Senado o de la Cámara, según el origen de la iniciativa, luego de una gran discusión y de un serio trabajo de los ministros y del mismo gobierno con su bancada. Como está la situación en el Congreso -en términos de agenda- concentrarse en un debate sobre los roles y funciones del Ministerio de Defensa en esta coyuntura, le quitará tiempo de oro necesario para debatir la Ley de Financiamiento o reforma tributaria que es de mayor impacto y más necesaria por la seguridad jurídica para el sector privados y el desarrollo de nuevas inversiones que generen más empleo y garanticen el pago de impuestos.

No nos podemos llamar a engaños porque el “palo no está para hacer cucharas” y permitir que tumben por primera vez en la historia a un ministro, no es un buen precedente para la estabilidad institucional y mucho menos para el desarrollo del Gobierno. Es un imperativo para el Congreso asegurar el crecimiento económico y disminuir la pobreza, pilares fundamentales del desarrollo, en lugar de disponer de tiempo precioso debatiendo si un ministro se cae o debe ser mantenido en su cartera, que a la postre a los únicos que beneficia y les da la razón es a quienes quieren sembrar caos y desestabilización. Una derrota en el Congreso para el Gobierno Nacional no desencadenará buenas consecuencias en los meses venideros, pues más allá del revés político, se convierte en un hecho histórico que poco construye y en lugar debilita a una administración que necesita de alta popularidad para ejecutar las reformas que el país necesita. Para los partidos opositores puede leerse como un gran triunfo pasar una moción de censura, pero para el país institucional es una gran derrota que puede evitarse si tanto el Ejecutivo como el Legislativo se sientan a trabajar por soluciones conjuntas a los graves problemas que enfrenta la economía y el orden público. No es sano para Colombia tumbar por tumbar un ministro sin atender las consecuencias y la grieta que se abre a las fuerzas externas desestabilizadoras.

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