Editorial

Estados Unidos debe volver al Pacífico

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Cuando Rafael Correa retiró a los militares de Estados Unidos de Manta y Colombia hizo lo propio en Juanchaco y Bahía Solano, se les facilitó el camino a los narcotraficantes

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Diario La República · Estados Unidos debe volver al Pacífico

La actual debacle ecuatoriana comenzó en septiembre de 2009 cuando el entonces presidente del país vecino, Rafael Correa, sacó a sombrerazos a los militares estadounidenses afincados por décadas en la llamada Base de Manta.

Incluso el polémico ex mandatario, hizo una ceremonia cívico-militar, en la que las débiles autoridades de Quito asumieron el “pleno control” de las instalaciones militares; fue lo único sonoro y autodestructivo que logró la Unión Suramericana de Naciones, Unasur, en respuesta a un acuerdo entre Washington y Bogotá, enfocado a combatir el creciente tráfico de drogas y de armas en el olvidado Pacífico colomboecuatoriano, una suerte de país del olvido que se extiende desde Manta en la provincia de Esmeraldas, hasta más allá de Buenaventura en el Valle del Cauca.

Lo peor es que durante el mandato de Juan Manuel Santos (2010-2014 y 2014-2018), Colombia también debilitó la presencia militar estadounidense por presión de los diálogos de paz con las Farc; y desde entonces, ese es territorio de nadie, sin presencia estatal ecuatoriana ni colombiana, en donde se mezclan la máxima pobreza, descuido social, muchas precariedades con la incontrolable violencia (léase departamento del Cauca).

La Base Militar Estadounidense de Manta, que garantizaba la seguridad del área, era fruto de un convenio de colaboración firmado en 1999 por el entonces presidente Jamil Mahuad, por un período de 10 años, pero que al llegar a sus últimos días, el socialismo del siglo XXI prefirió a los narcotraficantes y guerrilleros que a los experimentados marines norteamericanos.

Era un Puesto de Operaciones Avanzadas (FOL, por sus siglas en inglés) que tenía la misión de detectar, controlar y rastrear aeronaves que realizaran actividades ilegales vinculadas al narcotráfico, casi todas con origen en Colombia, una actividad que las fuerzas militares de Ecuador estaban y están fuera de capacidades de garantizar.

Correa, con su nacionalismo ingenuo, dañó la seguridad del Pacífico y los diálogos de paz de Santos sellaron el destino hoy de una de las regiones más violentas del mundo. No se puede desconectar de esta coyuntura que, a la luz de los datos de World Population Review, que compila las tasas de homicidio por cada 100.000 habitantes, Palmira está en el puesto 27 con 48 homicidios y Cali en el lugar 31 con 47 homicidios.

Ambas son populosas ciudades del Pacífico colombiano. Es un cliché decir que en 1.300 kilómetros que mide la costa pacífica colombiana, solo hay dos carreteras, una en Tumaco y otra en Buenaventura, mientras que hay toda una autopista oceánica, entre Manta y Buenaventura, que sirve de plataforma para inundar de cocaína al mundo sin que nadie pueda controlarlo.

El Cauca es quizá la única zona geográfica en todo el mundo que teniendo acceso al mar no cuenta con una “carretera oficial” que lo conecte con el interior. Existen caminos reales o de mulas que van desde El Tambo o Argelia a Guapi o Timbiquí, pero es una geografía totalmente olvidada de la mano de Dios y de la presencia del Estado colombiano.

La pregunta clave es hasta cuándo los gobiernos ecuatoriano y colombiano le van a dejar este territorio a guerrilleros, carteles y maleantes que poco a poco consolidan una zona independiente. Lo que pasa en Ecuador no es más que una consecuencia de esta situación.

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