Hacer rendir el alto precio del petróleo
martes, 28 de septiembre de 2021
La economía colombiana sigue dependiendo de los precios del petróleo y todo parece indicar que el cierre del año estará marcado por un barril por encima del precio presupuestado
LR
Si las cosas pintan bien con los precios internacionales del petróleo, a la economía colombiana le irá mucho mejor, pues el grueso de los ingresos a las arcas estatales tienen que ver el crudo.
Si se mira el marco fiscal de mediano plazo, la hoja de ruta de la economía doméstica, las estimaciones son de que por cada dólar que sube el precio del petróleo el país recibe medio billón de pesos adicionales. No sobra repetir que el petróleo, con 56% de participación en la canasta de ventas a otros países, es irremplazable en el mediano plazo y que cualquier repunte es benéfico para todos.
La cuenta es simple: el Gobierno Nacional y el mismo Ecopetrol hicieron proyecciones con un barril a US$63, pero la demanda del combustible fósil derivada de la recuperación económica pospandémica en todos los mercados ha llevado a vatinicinar (léase Goldman Sachs) que al final del año el barril de Brent y de WTI pueden estar muy cerca de los US$100, lo que se convertiría en una noticia espectacular para el sector petrolero que debe redoblar esfuerzos de producción y ojalá llegar nuevamente al millón de barriles al día.
Por ahora la economía colombiana está condenada a vivir del petróleo, pues no tiene sentido replegar esfuerzos productivos en el sector de los hidrocarburos; es un hecho elocuente que el mundo se sigue moviendo con petróleo y que el combustible de transición energética es el gas, vinculado al crudo.
Antes de oír castos de sirena de quienes hablan de acabar con las ventas de petróleo, hay que enfocarse en vender las reservas antes de que éstas no estén en US$70 el barril, sino en US$10 o US$15. El imperativo es transformar la matriz energética del país y dar el salto a los renovables, pero no hay ninguna justificación lógica para que se abandone el barco del petróleo sin salvavidas económicos a la vista, una tarea que está por hacerse desde el rediseño de las vocaciones productivas y la especialización de las regiones.
La conversación económica pendiente, necesaria ahora en época de elecciones presidenciales, es hasta cuándo el país va a ser “petróleo-dependiente” y en qué momento este dinero ingresado a las arcas nacionales será remplazado por divisas de otros sectores, que dicho sea de paso no se ven en el horizonte.
Es absolutamente populista decir que el aguacate hass, más café, flores en abundancia o banano por montones, van sustituir las exportaciones de petróleo, pero esa simpleza o tajante descalificación no quiere decir que no se incentiven las exportaciones no tradicionales o se aumenten las tradicionales; es más pensar en cómo transformar la economía actual a largo plazo, afianzar la agroindustria e instalar la economía de servicios en todas las capitales, y para lograrlo, se debe hablar de ello y conocer el pensamiento de los empresarios, las universidades, gremios de la producción, candidatos y todos los actores que juegan en la formación de la economía.
Nuevamente el mal ejemplo de Venezuela gravita en nuestra realidad. Es el país con mayores reservas energéticas del mundo, pero la incompetencia de su modelo no le permite beneficiarse de ello en este momento de gran pobreza; más aún, siempre decidió vivir del petróleo y nunca desarrolló otros productos de exportación y los dólares ahora solo llegan graneados de los millones de inmigrantes expulsados por su caótico sistema.