Editorial

Hay que apurar el regreso a la normalidad

La normalidad laboral y la consiguiente reactivación de la economía deben empezar cuanto antes en todos los rincones del país, sin olvidar las herencias sanitarias del covid

Editorial

Diario La República · Hay que apurar el regreso a la normalidad

A este año le queda una tercera parte de su calendario en la que se debe apurar el regreso a la normalidad, que poco a poco vuelve sin aspavientos o demostraciones excesivas de sensaciones o sentimientos de que el covid o la variante Delta va a aguar la fiesta. La pandemia, que aún mantiene sus normas sanitarias en una buena parte del mundo, así hayan bajado los contagios y las muertes, se quedará varios meses más en países como Colombia, en donde una parte representativa de su población no ha querido o podido vacunarse. Accesorios como los tapabocas, alcoholes, termómetros y geles para las manos, no van a desaparecer pronto y siguen siendo necesarios para evitar rebrotes o contagios masivos. Lo que sí debe empezar a difuminarse con el paso de los días y la llegada del fin de año es el miedo a las multitudes y al contacto personal. No se puede seguir viviendo en el miedo válido y provocado por el virus de visitar un centro comercial, un restaurante, las salas de cine o los teatros; es más, hay gente que aún desconfía de usar el transporte público, temores no infundados que hicieron que la actividad comercial y de entretenimiento pesara casi cero en su aporte a la economía. Desde hace algunos años, el consumo ha pesado en la sumatoria de productos y servicios nacionales, sector que es el más golpeado no solo por la baja demanda, sino por los obligados cierres decretados por los mandatarios. Y es la oferta y demanda de bienes y servicios comerciales los que hacen vivir las ciudades, activan el transporte público y privado y reactivan las industrias. Todas las ciudades, en sus centros de consumo, deben enchufar esa vitalidad frenada que había mantenido a la economía colombiana como una de las más dinámicas en crecimiento en la región y que lograba bajar a unos 2,5 millones el monto de desempleados, una cifra relativamente baja para una población económicamente activa de casi 24 millones.

Hay que apurar el regreso a la normalidad dejando atrás ese mantra de que el miedo nunca muera, porque es en medio de ese ambiente de incertidumbre y de pobreza que se cuelan las ideas políticas populistas y de resentimiento; es más, si el ambiente de pandemia, desolación y recesión se instala por más meses en la sociedad, la desesperanza y pesimismo pueden incubar más violencia y conflicto. La nueva normalidad debe llegar en este último tramo del año, caracterizado en la región por mayor consumo, fiestas, vacaciones y buenos propósitos, aliados magníficos para seguir construyendo el país. Hay buenas variables que no son infundadas para clamar por el regreso a la normalidad: las tasas bajas, la controlada inflación, la reducción constante del desempleo, las buenas tasas de crecimiento en términos de PIB, el vigor de las economías regionales y los planes de desarrollo por ejecutar de los alcaldes y gobernadores, que hacen prever un buen remate de año y el comienzo en firme de uno nuevo. Además, es un imperativo de todos los actores de la economía lograr que el cifra, disparada durante el covid, de pobreza (21 millones de colombianos en ese estado) se reduzca antes de llegar el primer lustro de la segunda década del siglo XXI. Hay fuertes razones de progreso y bienestar para desafiar las malas circunstancias que nos han acompañado en los últimos 18 meses, pero más son los motivos para dejar buenas herencias a los más jóvenes.

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