Editorial

Hay que empezar por cultivar el autocuidado

La economía solo recupera su buen curso si entre las personas empieza a primar el autocuidado como garantía de protección, pues hay que aprender a convivir con el virus

Editorial

Nuevamente los antioqueños han dado ejemplo de que el civismo es una parte fundamental para que todas las iniciativas sociales lleguen a buen puerto. Los ejemplos, a lo largo de la historia nacional reciente, son muchos, solo es suficiente traer a colación el servicio del metro de Medellín, el túnel urbano más largo y ahora el eficaz manejo de la crisis derivada del covid-19.

Sus cifras son contundentes: el número de contagios solo es de unas 500 personas en todo el departamento y los fallecidos ni siquiera suman dos dígitos pasadas ocho semanas de haberse desencadenado esta trágica situación que ha puesto a prueba los sistemas sanitarios y ha hecho retroceder las economías de todo el mundo.

Pero no hay que buscar mucho para identificar cuáles son los elemento distintivos que marcan la diferencia y se convierten en dinamizadores de esa sociedad: el civismo y el sentido de pertenencia. Dos rasgos distintivos que han logrado incubar una exitosa economía de servicios con vocación exportadora para mercados nacionales e internacionales; obviamente, la resiliencia antioqueña desarrollada durante décadas de violencia es la que explica un tercer patrón que brilla en el manejo de la cuarentena.

Se trata del autocuidado que no es otra cosa que una responsabilidad individual que trasciende a lo colectivo y mejora el bienestar social. Cuando se sondea los porqués de las buenas cifras sale a relucir que la gente se cuida de no contagiarse ni de contagiar a nadie. Pues es esa la gran enseñanza que hoy se puede empezar a profetizar para enfrentar el coronavirus con la sociedad abierta y la economía andando.

El país y su economía no puede seguir secuestrado por un virus que difícilmente va a desaparecer en el mediano plazo; ni mucho menos se puede ser tan populista de plantear que la nueva normalidad solo empezará cuando se haya encontrado una vacuna, hecho científico que tardará bastantes meses antes de que se pueda acceder a ese bien preciado, que dicho sea de paso, primero llegará a los países desarrollados y de manera tardía podría empezarse a producir en el país.

Es un poco de todo, pero hay que empezar a promulgar a cuatro vientos el autocuidado como la única vacuna a la mano; a lo que se debe sumar el absoluto control individual a experimentar aglomeraciones, multitudes y mucho menos contacto con superficies susceptibles de alojar el covid-19.

La anhelada “nueva normalidad” ya está aquí, y no es otra cosa, que cuidarse como persona, como individuo, cuya sumatoria y riesgo logrará la polémica inmunidad colectiva que ha estado presente en otras etapas de la historia mundial. Hay que evitar que las personas se contagien y lograr que las enfermas se recuperen y sean inmune a futuras infecciones; no es una cosa o la otra, es la sumatoria de acciones, pues no se puede frenar en seco la permanente satisfacción de necesidades básicas que hacen mover la economía.

Hay enormes riesgos de experimentar brotes de la enfermedad si poco a poco la gente vuelve a la calle y a sus trabajos, pero no hay otra opción en un país con unos 50 millones de habitantes, cerca de cuatro millones que se calcula quedarán sin trabajo, 50% de informalidad; de muy bajo ingreso per cápita y con una deuda externa cercana al 60% de su PIB. El secreto es aceptar la nueva normalidad cuyo eje central no es otro que el autocuidado.

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