Editorial

Hay que vencer la cultura de la ilegalidad

<p>La guerrilla opacó a las bandas criminales con el mismo efecto que el narcotráfico no dejó ver a los corruptos.</p>

Desde hace mucho tiempo, el país vive una cultura de ilegalidad e informalidad, más que por un factor cultural, por efecto de lo que generó el dinero del narcotráfico en nuestra sociedad. Con lástima, hay que reconocer que el daño de este flagelo no fue solo económico, en miedo y terror y en pérdida de vidas, lo cual de por sí es triste y lamentable, sino que generó algo que se ha dado por llamar “cultura de la vida fácil”, que en aras de conseguir dinero “todo vale” y de buscar el enriquecimiento sin importar los costos o el daño a los demás. 

Las historias en este sentido son aleccionadoras y muchas de ellas producen escalofrío y rabia cuando sus actores las cuentan o los medios de comunicación las reseñan. La indiferencia parece haber contaminado el ambiente, incluso en el tema de negocios y el mundo empresarial. El país ha avanzado y el panorama de ahora parece distinto. La esperanza ha vuelto a renacer porque esas fuerzas oscuras del mal ya no imponen la ley por la vía de la fuerza y el amedrentamiento. Han sido muchos los instrumentos que se han utilizado para alcanzar ese progreso, pese a que tampoco ha sido a bajo costo. El aparato judicial, las fuerzas militares y los organismos de seguridad son testigos de ello.

No superado el problema del narcotráfico, pero sí conocido más de cerca y dimensionado en sus proporciones, es hora de entrar en una nueva etapa que va más allá de las acciones cuantificables y objetivas, las cuales deben ser mantenidas y en algunos casos fortalecidas. Esas acciones tienen que ver ahora con un tema de cultura y de adaptación mental: derrotar la idea difundida de la ilegalidad e informalidad.

Esa forma de pensar se expresa de muchas maneras de la vida colombiana y que se viven a diario y van desde la aceptación social de asuntos como la compra de productos piratas y de contrabando, la violación de normas como las reglas de tránsito, la evasión y la elusión de impuestos hasta la complicidad de autoridades en la comisión de delitos o los fallos judiciales que dejan muchas dudas sobre su transparencia y ecuanimidad. Pero no es solo eso. El país ha caído en una actitud de complacencia y permisividad en temas que merecen una reflexión social, como la de permitir que los niños trabajen, la violencia intrafamiliar y la explotación sexual.

El país puede progresar en indicadores cuantificables, pero si nuestra sociedad no cambia cualitativamente en los indicadores éticos, ese progreso no será completo en términos de bienestar. La Agenda Nacional de Competitividad que será incluida en el plan de desarrollo 2014-2018 contempla como una de sus estrategias atacar la ilegalidad y estimular la formalidad y aunque no se conocen los instrumentos concretos, merece destacarse y ponerle la máxima atención.