Editorial

La culpa de la aftosa es de la vaca

Ministerio del agro y ganaderos terminarán culpando a las vacas por rebrote de aftosa que crece sin control y en el cual no hay responsables

Editorial

“La culpa es de la vaca” es un ensayo escrito por Jaime Lopera y Martha Bernal, dos colombianos especializados en el manejo de las relaciones entre personas y el entrenamiento para ejecutivos, texto basado en un artículo del exministro y profesor universitario, Fernando Cepeda. Es una lección muy ajustada a la idiosincrasia latinoamericana acostumbrada a echarle la culpa de los problemas a quienes no pueden responder por ellos o quienes están muertos. La historia viene a colación por el peligroso rebrote de aftosa, enfermedad mortal que tiene acorralada a la carne y la leche del hato colombiano; un par de productos que no tienen salida internacional y sobre los cuales se han prendido todas las alarmas sanitarias. Y como en buena Ley de Murphy, si el rebrote presente en varios rincones del país se expande en otras regiones, el problema se puede volver de sanidad pública con graves consecuencias en términos de demandas contra el Estado.
El ensayo trata de la puesta en marcha del viejo estudio Monitor, uno de esos miles que pagan los ministerios cada año y que solo sirven para engrosar los anaqueles de las bibliotecas públicas porque nadie los pone en práctica. Cuenta que cuando el gobierno de Gaviria trataba de promocionar las exportaciones de cuero a Estados Unidos, en tiempos de la apertura, le pidieron a un investigador gringo que entrevistara a los participantes activos en la cadena del cuero y la confección e hiciera un diagnóstico sobre la competitividad. La conclusión fue determinante: el producto es muy malo y el precio exagerado. Al ir más allá y buscar explicaciones, el investigador de Monitor buscó a los fabricantes quienes le echaron la culpa a los curtidores de cueros del mal producto; quienes a su vez culparon a los ganaderos por el exceso de huecos y de marcas sobre las pieles. Cuando el investigador busca la aparente base de la cadena, o sea los ganaderos, éstos culpan a las vacas porque se rascan en los árboles y las alambradas y dañan sus cueros por sí solas. Así las cosas, el investigador llega a la conclusión de que la culpa es de la vaca.
Algo parecido está sucediendo con el rebrote de aftosa que se propaga sin control por todo el país. Los ganaderos culpan a los responsables del Ministerio de Agricultura y al ICA, funcionarios que a su vez responsabilizan a los ganaderos por el mal manejo sanitario de su hato. Y como siempre sucede, la culpa la tendrán las vacas que no se cuidan solas y son tan brutas que se infectan de aftosa. Este escándalo en un país con instituciones eficientes y profesionales serios sacaría a los responsables de los cargos por ineptos o metería a la cárcel a los interesados por mal intencionados con los consumidores. No ha sonado la Superintendencia de Industria y Comercio, ni la Procuraduría en este asunto crucial para el campo colombiano y para los consumidores.
No podemos caer en la trampa de la pelea política del ministro Iragorri con el dirigente gremial Lafaurie, ni tomar partido en una disputa sin fin, pero ambos deben dar explicaciones profesionales de por qué le quitaron a los ganaderos los puestos de control en las carreteras para engrosar la nómina pública. Los ganaderos eran los únicos interesados en llevar el control eficiente contra el abigeato y las enfermedades, pero lo perdieron en tiempos de Juan Camilo Restrepo. Estamos ante un ICA inoperante que no ha evolucionado de ser una entidad politizada de nulo carácter científico. Este escándalo debe agradarse para poder tomar correctivos, de momento la carne y la leche colombiana entran en algo así como una cuarentena.

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