La hoja de coca y el efecto cobra en la economía
miércoles, 23 de octubre de 2024
Comprar hoja de coca tiene consecuencias: crecen áreas cultivadas, mal precedente para los otros cultivos y pondría al estado a competir en precio contra los narcos
Editorial
En 2001, el economista alemán, Horst Siebert, publicó, “El efecto cobra”, un libro basado en un episodio ocurrido en India cuando las autoridades británicas agobiadas por las muertes de sus compatriotas por mordeduras de serpientes cobras, deciden erradicar el flagelo pagándole a los aldeanos un dinero por cada cabeza de serpiente; en un comienzo la estrategia les funcionó, pero con el paso del tiempo abundaron los pagos como consecuencia de que los indios habían montado toda una próspera industria de serpentarios para vender cabezas de reptiles a los ingenuos ingleses.
Eran los años en los que la economía florecía como ciencia social, a mediados del siglo XVIII, y cuando el diseño de políticas públicas se basaba en las incipientes ideas de Adam Smith calaban entre los gobernantes.
El divulgador económico, Xavier Sala i Martín, en su texto “Economía en colores”, (Penguin, 2016) pone de moda entre los analistas económicos el concepto que ahora se aplica a la idea del presidente, Gustavo Petro, de comprarle a los cultivadores de hoja de coca su producido como una manera de combatir el galopante cultivo de coca que alcanza unas 253.000 hectáreas, área que supera los lícitos cultivos de banano, papa ya aguacate, solo para nombrar algunos muy representativos.
El Presidente lanzó su idea en el marco de la COP16 pero sin medir las consecuencias de sus palabras, pues -tal como les sucedió a los ingleses en el siglo XVIII en India- el área sembrada se puede quintuplicar porque arrastraría una compra segura de la producción a un mismo precio que hoy es puesto por los narcotraficantes.
La idea es bastante mala y legalizaría de facto los cultivos de coca, sin medir cuánta de esa sobreproducción se “contrabandearía” para producir cocaína que es mucho más rentable si se lleva a los consumidores de las grandes capitales del mundo. Sería una legalización por la parte trasera, sin trabajar mancomunadamente con las autoridades estadounidenses o europeas, pues el narcotráfico aún es un delito penado en todo el mundo. Un efecto colateral y no menos importante es el precio y de dónde saldrían los recursos.
Comprar la cosecha es un incentivo para que más campesinos se metan a ese negocio. El Gobierno Nacional no compra ninguna cosecha legal ni un litro de leche para proteger algún subsector. La matemática tampoco se ha hecho: cada hectárea de las 253.000 de coca producirían unos 7.600 kilos por hectárea, para un total de 1,9 billones de kilos; lo que quiere decir que la cosecha tendría un valor de $3 billones.
Esto si cada kilo lo compran a $1.600, según las cuentas de Naciones Unidas. Si un kilo de pasta de coca vale US$375, quiere decir que los 2.600.000 kilos de cosecha valdrían US$975 millones en el mercado internacional. El kilo de la hoja de coca ha caído cerca de 40% en Tibú, quedando en US$0,37 ($1.600), quiere decir que para que un campesino que cultive coca se gane el salario mínimo, debe producir por lo menos 812 kilogramos de hoja de coca al mes, que serían 65 arrobas coca, siendo cada una de 12,3 kilos. En conclusión: el kilo de hoja de coca valdría $1.600 unos US$0,37.
Un precio que siempre estaría al alza porque los narcotraficantes puros y duros le doblarían ese precio a los cocaleros; en pocas palabras, el Estado colombiano sería un jugador en ese oscuro negocio.